Me gusta ese sol de
lluvia que te acaricia cuando se escapa del nubarrón. Presiento en su gesto una
sonrisa pilla de quien ha burlado a su celador. Me fascina cómo la incidencia
de la luz posee el prodigio de la transformación de una misma cosa.
Es la luz un
despertador para los sentidos y así lo percibí cuando ese trocito de sol fue
nuevamente raptado por la nube glotona que, detrás de ella llegaron más, y el
color de la vida nuevamente se transformó. Una lluvia dulce, tranquila, comenzó
a lavarme la cara al pasar el puente muy de mañana, y no pude reprimir mis
ganas de parar y reposar los brazos en la barandilla húmeda para que mis ojos
se convirtieran en las ventanas del alma recreándose en aquella procesión de
casas, cosidas y zurcidas unas a otras, distintas entre sí aunque con un mismo
gracejo y desparpajo.
Conté varias veces
sus colores para no equivocarme aunque la luz de la nube, de la lluvia y del
sol fisgón, me iban cambiando sus tonos. Amarillo, blanco, verde, marrón, rosa,
albero, azul, y delante de aquellos colores transformándose en medios suspiros,
se enlazaban unos a otros los naranjos, coquetos y tímidos de juventud.
Toda la hilera de
casas miraban a su río que en ese momento era una balsa salpimentada de
minúsculas gotas frescas e inocentes. Cada edificio poseía una peculiaridad,
eso sí, todas estaban rematadas por una terraza mirado al cielo. Me imaginé
aquellos espacios en noches en que la caló afloja y su techo se enciende de
estrellas. Y deseé fundirme en esos techos colgados de las nubes entre susurros
de conversaciones, cerveza fresca y risas espontáneas… Me imaginé tanto
enganchada a la barandilla del puente que no me di cuenta que el tiempo apremiaba
y yo tenía una cita.
Llegué con el tiempo
justo y el sofoco apretándome los talones.
Me senté en un
rincón cerca de la puerta, pero el bullício de la calle me distraía y fui a
parar a otra esquina más recoleta y menos hostil donde leer mi pasado mientras
Ella me escuchaba. Allí encallada en su puerto, mientras un cañaveral de cirios
acunaba su figura en una luz tan ténue, que llegué a pensar que el sosiego y la
paz debían ser algo parecido a aquel instante efímero. Invoqué, antes de partir,
lo más parecido a una salve marinera mientras ya mis pies salían de nuevo a la
calle, no sin antes volver la cabeza para decirnos una a la otra “un hasta
luego”
Y volví a pasar el
puente. Ya no llovía y algún rayo seguía jugando al escondite con las nubes
glotonas. Paré un instante fugaz para volver a mirar con los ojos del corazón.
Una vez oí que a
Triana hay que entrar por el puente y andando. No lo olvides.
5 comentarios:
Tú siempre miras con los ojos del corazón.
Es un don y una condena.
Besos.
Andando, por el puente y con los ojos del alma bien abiertos. Como tú haces. Un abrazo
Esa frase, "En Triana hay que entrar por el puente, y andando" veo que se te ha quedado grabada en la mente. Pues ya sabes como lo tienes que hacer siempre. Un beso.
Estoy segura que Ella te escuchó, aunque tan solo invocaras algo parecido a una salve marinera. Estabas en Triana, habías cruzado el puente y habías ido a verla.
Besos
Que bien has plasmado ese mundo de sensaciones al pasar por el puente de Triana. Me he permitido cogerte del brazo y revivir contigo bajo el arrullo de tus letras una vez más esa magia sevillana cruzando ese barrio tan querido para mi.
Hasta me ha entrado nostalgia de volver.
La fotografía, es divina.
Un beso.
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