Poner fin a una historia es arto doloroso, liberador muchas veces, pero
siempre cuesta, duele desgajarse de ella para que emprenda el vuelo libremente.
Es fácil y es difícil cuando los hilos los manejas tú, cuando eres el
dueño, el creador de unas vidas inexistentes, imaginarias, pero que hay retazos
en ellas que una vez fueron reales en algún momento.
Pero esta vez, descoserme de mi historia ha hecho que el corazón se asomara
a mis ojos alborozado de alegría. Llevaba días pesarosos. Cada noche cuando
apagaba la luz y me estiraba complaciente entre las sábanas frescas retozando
el último placer del día, presentía a mis personajes sentarse a mi lado, tocar
insistentemente mi cabeza para que esta despertara y les contara qué iba a
hacer con ellos, estaban intrigados, alterados de la ignorancia de sus futuros
derroteros. Sinceramente, me empezaban a cansar, me asfixiaban por su perenne
presencia sin dejarme descanso. Es más, si caía abatida por el sueño, eran
capaces de despertarme a las cuatro de la mañana obligándome a que me levantara
y me pusiera delante del teclado. Luego ellos se apoyaban en mi espalda mirando
inquisitivamente la pantalla para conocer de primera mano su futuro incierto.
Se habían convertido en una obsesión que se colaba en cualquier parte: en la
ducha, entre sonrisas, en el mar, en una calle, eran capaces de bañarse en una
copa de fino amontillado si era menester.
En el fondo me daban pena porque ni yo misma encontraba una salida digna
para ellos. Siempre positiva, nunca negativa, esta vez mis dedos garabateaban
una historia dura, descosida de mi esencia aunque sintiera que mi obligación
era poner un punto y aparte en mis letras. Pero me dolía esta nueva novela, me
hacía sufrir cada tarde cuando la tomaba entre mis manos y repasaba su
transcurrir. Dolor y más dolor encontraba en cada línea torcida de mis palabras
y la ausencia de cohesión en la trama. Me chirriaba y aún a falta de las
últimas incisiones en la historia, me sigue torturando.
Sin embargo, cuando hace un rato he sido capaz de poner punto y final, he
sentido varias manos en mis hombros que me acariciaban con gratitud. He cerrado
los ojos besando imaginariamente, como una madre besa a sus hijos, a cada uno de
los personajes hasta descubrir que unas lágrimas furtivas y saladas caían a mis
apuntes. Sí, vuelvo a estar emocionada. He sido capaz de volver a indagar en el
mundo de los sentimientos, en la biblioteca emocional del ser humano.
Sigo siendo una novata en estado puro, sin embargo Sevilla…Gymnopédies me
enseñó una cosa: no se trata solo de escribir, coser palabras una detrás de
otra, luego llega una de las tareas más arduas, si cabe más dura que la de
escribir una historia. Hay que hacerla armónica, vital, convincente y que
arrastre a todo aquel que se acerque a ella. En definitiva, zurcir sus costuras
para que no se descosan.
2 comentarios:
Porque escribes con todo tu corazón...
Besos.
Seguramente poner fin a una historia debe ser algo desgarrador. Como en los partos la criatura ya debe respirar por si misma y eso te alegra pero, al mismo tiempo, sientes el vacío.
Besos
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