sábado, marzo 21, 2015

SEBASTIÁN Y GARCÍA-VAQUERO

Hoy hace una semana que  conocí a Sebastián y a su fiel escudero Carmen. Fue por casualidad, una de esas sorpresas que te tiene reservada la vida de vez en cuando en cualquier esquina que, por inesperadas, aún las valoras más.
Siempre he mantenido que el ser humano es una cebolla o si lo preferís los más jocosos, una conejita de playboy. Unos con el transcurrir del tiempo se les van cayendo las capas que revisten su yo más íntimo y personal. Otros, en cambio, permanecen inalterables sujetos a sus capas, quizá por miedo, a que se descubran incluso ante ellos mismos.
Sin embargo hay cebollas, conejitas de playboy, que después de mutar de una capa a otra, se muestran como son. Auténticos. Te gusten o no.
Mi contacto con Sebastián, primero fue por referencias. Después decidí dar un paso al frente y llamarle. La verdad, muy bien no supe con quién hablé, pero presentí un feeling nada más escuchar aquella voz. Salerosa, amigable y tierna. Vamos, me sedujo.
Llegó el sábado, habíamos quedado a las nueve y media en la calle Virgen de las Montañas 7. Sevilla estaba a rebosar, el tiempo acompañaba, la gente con ganas de seguir celebrando la cuaresma y muchos también con ganas de divertirse. Pero Virgen de las Montañas estaba apartada del centro, en uno de los barrios sevillanos con más esencia; Los Remedios. Allí reinaba la calma, el susurro de voces armoniosas y relajadas de quien sale a tomarse una cerveza por su barrio y ni rastro de turistas; una delicia.
Según llegué me identifiqué ante una morenaza amable que guardaba las distancias pertinentes. Me senté a esperar. La casa de Sebastián era un rinconcito más de esa Sevilla que rezuma presencia y orgullosa de ser quien es. Fotos por las paredes, paredes llenas de recuerdos de gente que alguna vez has visto por las revistas, otras no, pero daba igual, en todas ellas aparecían personas con sus sonrisas colgadas de un ánimo de ganas de disfrutar aquel instante etéreo, mirando de frente para tatuar un momento.
La morenaza me trajo una manzanilla para simplificar la espera, que fue corta, porque al poco rato escuché a mi espalda una voz que me preguntaba alegremente “¿Cómo estamos?” Me volví y encontré los ojos más vivarachos, la sonrisa juguetona de quien sabe su destino. Hacer grata la vida a sus semejantes. Era Sebastián.
Una vez hechas las presentaciones, nos cosimos uno al otro. Confiaba en aquella persona, sin más. Raro, pero cierto. Sí, siempre vamos con ese cortafuegos invisible por si las moscas, pero yo esa noche, creo que lo dejé en el hotel y me dejé llevar por la corriente amable de Sebastián y su fiel escudero Carmen.
Mis amigos y yo degustamos de una cena soberbia. Pescaítos fritos, rebozados con mil amores, un jamó que se te saltaban las lágrimas de gusto. Y los postres, ni qué decir. Todos hechos con rigor y paciencia por Sebastián.
Salimos a la calle a fumar Carmen, Sebastián y yo, a deleitarnos de aquella noche serena, a recortar distancias, a saborear la magia de un encuentro tan grato.
Al despedirnos, Sebastián sacó un barreño y me dijo  ”Mi arma coge un pestiño, la Carmen y yo los hemos hecho esta tarde”
Co la dulzura del pestiño en los labios y un fuerte abrazo nos despedimos.

Amigos, si alguna vez recaláis por Sevilla llamad a Sebastián. Os recibirá como recibe a todos sus clientes: autenticidad, amabilidad a borbotones y una calidad de primera.

1 comentario:

Ricardo Tribin dijo...

Qué lindo tu nuevo perfil y tu post como siempre magnifico.

Un abraxo, querida amiga,