Hoy hace una semana que conocí a Sebastián y a su fiel escudero
Carmen. Fue por casualidad, una de esas sorpresas que te tiene reservada la
vida de vez en cuando en cualquier esquina que, por inesperadas, aún las
valoras más.
Siempre he mantenido que el ser humano es una cebolla o si
lo preferís los más jocosos, una conejita de playboy. Unos con el transcurrir
del tiempo se les van cayendo las capas que revisten su yo más íntimo y
personal. Otros, en cambio, permanecen inalterables sujetos a sus capas, quizá
por miedo, a que se descubran incluso ante ellos mismos.
Sin embargo hay cebollas, conejitas de playboy, que después
de mutar de una capa a otra, se muestran como son. Auténticos. Te gusten o no.
Mi contacto con Sebastián, primero fue por referencias.
Después decidí dar un paso al frente y llamarle. La verdad, muy bien no supe
con quién hablé, pero presentí un feeling nada más escuchar aquella voz.
Salerosa, amigable y tierna. Vamos, me sedujo.
Llegó el sábado, habíamos quedado a las nueve y media en la
calle Virgen de las Montañas 7. Sevilla estaba a rebosar, el tiempo acompañaba,
la gente con ganas de seguir celebrando la cuaresma y muchos también con ganas
de divertirse. Pero Virgen de las Montañas estaba apartada del centro, en uno
de los barrios sevillanos con más esencia; Los Remedios. Allí reinaba la calma,
el susurro de voces armoniosas y relajadas de quien sale a tomarse una cerveza
por su barrio y ni rastro de turistas; una delicia.
Según llegué me identifiqué ante una morenaza amable que
guardaba las distancias pertinentes. Me senté a esperar. La casa de Sebastián
era un rinconcito más de esa Sevilla que rezuma presencia y orgullosa de ser
quien es. Fotos por las paredes, paredes llenas de recuerdos de gente que
alguna vez has visto por las revistas, otras no, pero daba igual, en todas
ellas aparecían personas con sus sonrisas colgadas de un ánimo de ganas de
disfrutar aquel instante etéreo, mirando de frente para tatuar un momento.
La morenaza me trajo una manzanilla para simplificar la
espera, que fue corta, porque al poco rato escuché a mi espalda una voz que me
preguntaba alegremente “¿Cómo estamos?” Me volví y encontré los ojos más
vivarachos, la sonrisa juguetona de quien sabe su destino. Hacer grata la vida
a sus semejantes. Era Sebastián.
Una vez hechas las presentaciones, nos cosimos uno al otro.
Confiaba en aquella persona, sin más. Raro, pero cierto. Sí, siempre vamos con
ese cortafuegos invisible por si las moscas, pero yo esa noche, creo que lo
dejé en el hotel y me dejé llevar por la corriente amable de Sebastián y su
fiel escudero Carmen.
Mis amigos y yo degustamos de una cena soberbia. Pescaítos
fritos, rebozados con mil amores, un jamó que se te saltaban las lágrimas de
gusto. Y los postres, ni qué decir. Todos hechos con rigor y paciencia por
Sebastián.
Salimos a la calle a fumar Carmen, Sebastián y yo, a
deleitarnos de aquella noche serena, a recortar distancias, a saborear la magia
de un encuentro tan grato.
Al despedirnos, Sebastián sacó un barreño y me dijo ”Mi arma coge un pestiño, la Carmen y yo los
hemos hecho esta tarde”
Co la dulzura del pestiño en los labios y un fuerte abrazo
nos despedimos.
Amigos, si alguna vez recaláis por Sevilla llamad a
Sebastián. Os recibirá como recibe a todos sus clientes: autenticidad,
amabilidad a borbotones y una calidad de primera.
1 comentario:
Qué lindo tu nuevo perfil y tu post como siempre magnifico.
Un abraxo, querida amiga,
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