Cada mañana me quedo observándole mientras me tomo el segundo
café. No se inmuta, aunque su cuerpo me hable desde el rabo hasta las orejas.
Y en sus ojos leo la mejor literatura. En ellos arde el amor, la
tristeza, la esperanza, la pureza, la sabiduría. Términos que conoce a fondo
por su olfato e instinto. Sentimientos que el hombre cree exclusivos suyos…
¡Qué necedad!
Su lengua trepa por las heridas humanas mientras su fidelidad está
compuesta de esperas sin reloj.
Buceo en su perfil, me regodeo de sonrisas de gratitud, pero no
dejo de preguntarme por qué Dios se lleva a los ángeles a su vera y deja tanto
diablo suelto en un mundo en el que a veces se apagan las palabras; no
encuentro respuestas y el desánimo fluye por mis poros.
Mi perro lo nota y se acerca; me da un lametón en la mejilla.
Levanto el rostro al cielo nublado y doy gracias a ese Dios con el que me paso
media vida riñendo y discutiendo, aunque las preguntas se queden flotando. A las
personas no hay quién nos entienda; a los perros, siempre.
¡Buen fin de semana, amigos!
4 comentarios:
Ayyyyy muero de amor. A mí me pasa con mis gatos, me entienden mejor que nadie.
Besos.
Hola Ángeles. Yo pienso que, muchos de los animales tienen sus sentidos muy agudizados, y captan nuestros pensamientos.
Precioso texto, me ha gustado y he disfrutado leyéndote.
Un abrazo y feliz verano.
Lola.
Plotino decía:
"Yo veo a Dios en la mirada húmeda de los perros".
Yo añado:
"He conocido a más de uno que no solo parecen humanos, yo diría que lo son".
Lo que hace el segundo café, jeje...
Besos, caminante.
“Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro” (Diógenes).
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