No era
un día más, aunque lo fuera. Su vida era demasiado rutinaria, monótona y, sin
embargo, él y ella trataban de colorear sus precarios instantes en dulces
encuentros. Se agarraban las manos y los dos temblaban de placer. Apenas
hablaban, pero se miraban y sus ojos decían lo que la realidad les negaba. Se
sentaban en un banco apartado a la sombra de un árbol que abanicaba ese tímido
amor que nació entre fuertes muros de hormigón, pero ellos supieron volar y
alzar sus alas en aquel tiempo en que la vida nada les dio.
Un día
de finales de julio vieron juntos por primera vez una puesta de sol. Fue por
casualidad, iban paseando y, de repente la muralla fue espejismo para ser una
alambrada. Sus cuatro manos se sujetaron al alambre. Picaba, molestaba, hacía
sangrar sus dedos, pero mucho más hermoso era aquel espectáculo en melocotones
y frambuesas que, cuando se hundieron en el horizonte, el cielo se plagó de
farolillos. Se tumbaron en el suelo para verlo más y mejor hasta que el sueño
se meció en dos estrellas.
A la
mañana siguiente fueron encontrados dos cuerpos en la trasera del manicomio. A
ambos les habían crecido las alas.
6 comentarios:
Ay qué precioso pero qué triste. Me he imaginado esa puesta de sol, tan juntos y tan separados.
Besos y feliz finde.
No puede haber amor más puro.
Preciosa y triste historia. Me ha encantado leerte como siempre. Un fuerte abrazo.
Me has dejado con la boca abierta
Me has
Encantado
Las alas para los aviones. Me horrorizan. Yo quiero ser siempre como soy. No sé qué haría con unas alas. Prefiero volar en un avión. Es más seguro.
Besos de Reina
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