Ayer fue un día extraño, de esos raros que se prenden a
las sensaciones y cuando apagas la luz, siguen ahí sin saberse calificar.
Sé que corrí atropelladamente las horas que iban desde un
amanecer tranquilo, confiado de que la primavera es de muchos colores y que los
rayos se van posando en tu piel desteñida y hay que darla protección para que
no se queme, pero se me olvidó proteger a las sensaciones que estuvieron a la
intemperie sin más amparo que la vida agitándolas por las cuatro esquinas hasta
que la luz se apagó.
Me senté en una de esas terrazas que acumulan vidas por
doquier en una hora que son pocos los
paisanos que se dejan ver. Nada distrae al sosiego ni siquiera el ruido sordo
de una ciudad de provincias. Acerqué la boca a un bocadillo apetitoso, pero al
segundo bocado, una historia malcarada se sentó dos mesas atrás. La mujer caía
fulminada, y el llanto y la incomprensión en su acompañante. No sabían qué
hacer con la mujer a pesar de que la voluntad de aquellos que se aproximaban a
los ojos desorbitados de la doliente era grande; recordé, entonces, cuando me
visitaba el estrés un día sí y otro también, la pérdida temporal del presente y
cuando alguien me cogía la mano y yo me agarraba a ella como tabla salvavidas
guiándome en el camino de vuelta. Me acerqué tímidamente y lo dije y así lo
hicieron y así ella regresó a duras
penas hasta que el Samur aterrizó. Mientras, unos y otros narraban una llamada sin sonrojo avisando de un
suicidio, un puñetazo para los sentidos y lo siguiente una mujer malherida en
sus sensaciones más hondas. Mi bocadillo quedó atragantado y mi cuerpo corrió
en busca de una madre que esperaba para ir al médico. Empuje la silla con su
peso muerto mientras el sol calentaba en demasía mis sienes y una madre apilaba
historias en su boca enfadándose conmigo porque no seguía su conversación
descabellada. Me tiré en una silla de
consulta médica recuperando el resuello. Volví a salir a la calle tranquila con
vientecillo en la sombra que aliviaba el empuje de una silla que me vendieron
por ligera resultando una engañifa sin remedio.
“Un vestido, unos zapatos, estoy desnuda, hija”,
reclamaba una madre que se siente sola desde tiempos que ya ni recuerda.
Entramos, salimos, probamos y compramos. “Un chocolate, hija, estoy extenuada,
no sabes conducir este trasto”, replicaba la madre requiriendo detalles para
con ella. Las horas avanzaban pero no el calor instalado a templar las puertas
de un verano. Un chocolate humeante, unos churros desprendiendo cien grados a
la sombra y mi cuerpo húmedo de tanto sofoco. “Hija, qué tarde se ha hecho, vámonos
que la cena es a las ocho” Empuja y arrastra tus piernas dobladas que ya
llegas, decía a mi ánimo que se largaba sin más contemplaciones. Un beso
sellado en ternura, unas manos acariciando al rostro arado de una madre y
corriendo, corriendo, me abrigué en el agua fría de una ducha. Por el desagüe
iban las horas atropelladas, los calores y el cansancio.
Me volví a sentar en una terraza de barrio de una ciudad
chiquita, a la hora que la luna acaricia la noche y un aire suave revolotea en
el asfalto. El murmullo de voces suaves repica junto al campanario de San
Andrés dando las diez y las once. No puedo hablar pero sí escuchar la vida, las
vidas de otros, los enfados y engaños, las incomprensiones y egoísmos, las risas y descalabros, atentados y
suposiciones.
En la radio suena tiempo de deporte, no hablan de goles,
ni siquiera del espíritu deportivo. Las voces se enfrentan, se hieren, y yo
apago la luz mientras pienso que la vida cotidiana te trae, te lleva, nada
fuera de lo corriente, sin embargo tus sensaciones están prendidas en la
azotea, secándose para recolocarse así mismas porque, por suerte, tal vez
mañana exista en tus horas una vez más.
7 comentarios:
Qué bien contado, Ángeles.
Un beso.
Somos tan frágiles....
Y a la vez tan belicosos...
Que bien se está lejos de todo y de todos.
Besos.
Un relato estupendo, la narración de las pequeñas heridas del día a día. Algunas se borran pero, muchas permanecen agazapadas en nuestra memoria y uno de esos días afloran y nos conmueven.
Besos
Ah, la vida está llena de dolor por doquier , propio y ajeno. Lo has narrado muy bien.
Besos
Maravillosas sensaciones en un día anodino que puede llegar a ser uno de los más importantes de tu vida. Besos.
Muchas sensaciones...
Si hubiera protección en crema para el dolor de la vida...factor 50+
Pero no,hay que encararla tal cual y eso hay días que uffff
Besos.
Magnífico relato lleno de deliciosos detalles contados con una sensibilidad que es capaz de traspasar la dureza de la vida.
Un beso.
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