Necesito cambiar de
registros, por eso hoy vuelvo a estar aquí… Me he atascado en una escena que
pretendía ser la escena erótica por antonomasia, pero he releído lo que escrito
y no llega a la altura de las futuras 51 sombras de Gray; lo mío queda en un
quiero y no puedo. Claro, me miro y no me extraña que mi Pepe se dedique a
dormir roncando en vez de mirarme y pensar que soy su conejita particular de
Playboy. Para no pasar frío donde me pongo a escribir, me he comprado un pijama
de cuello vuelto y una bata con capucha que también me pongo. En los pies unos
calcetines casi tan gruesos como yo y, claro, si a mí Pepe le surge el anhelo
por su conejita, hasta que me quita todo eso que llevo encima, el anhelo ha
caducado como los yogures, de ahí creo que el erotismo no sea mi fuerte y me
sienta frustrada, deje el orgasmo literario y me vista de doña Puri, personaje
que no tiene secretos para mí y que hoy también se ha frustrado aunque con un
tiste lascivo y envidioso a la par que satisfactorio por la desgracia ajena. Lo
vais a entender rápido…
Nadie hablará de
nosotras como nosotras mismas. Las mujeres vamos a matar, toreras hasta la
médula espinal. ¿No hay una mujer en vuestras vidas de mujeres a la que odiéis
porque es guapa o atractiva, simpática, se la dan los hombres como churros y
todo el mundo habla de maravilla de ella? Yo sí, mi vecina del 2ºC. Si hasta el
portero se le hace el trasero gaseosa nada más que sale del ascensor “Doña
Martirio, buenos días. ¿Ha descansado bien?” Martirio es el mío, bajar con
ella, ni mirarme, ni hablarme, oliendo a perfume del caro y bueno mientras yo
huelo a fritanga porque estoy haciendo unas alitas de pollo y salgo corriendo
porque se me ha terminado el aceite. Me convierto hasta invisible para el
portero. Mi amiga Mari Pili me dice que mis maneras de salir a la calle no son
las más adecuadas; todo porque voy elegante aunque informal con mi collar de
perlas, oliendo a frito y con las zapatillas de estar en casa ¿A que no es
justo?
Bien, pues esta
mañana, para colmo, y al ver que el clímax literario no me llegaba a los dedos,
me puse a tender la ropa con la desgracia añadida de los calzoncillos de mi
Pepe, talla XXXL, se caen en el tendal de mi vecina fina y exquisita. Juro
desde aquí que hoy yo no olía a nada. Fea estaba un rato, no lo niego. Total
que bajo, llamo a su puerta y no me abro. Insisto y nada. Mi mente acelerada
iba pensando “Esta cabrona seguro que está aún en la cama”, cuando una voz
lejana y tintineante como una lluvia de primavera, elegante y suave como un
lirio, dice ¿Quién va? Me dieron ganas de contestarla “La gilipollas del 6ºC”,
pero contesté” Querida Martirio, soy Puri”… Qué falsas somos las mujeres a
veces, llamarla querida cuando siento en el fondo del trasfondo de mi pijama de
cuello vuelto una asquerosa envidia por esa esmirriada que no tiene ni un
gramos de grasa en su cuerpo… “Vete por la puerta principal”, ¿veis lo que os
digo? Ella no se rebaja a abrir la puerta de la cocina, su condición es ser
señora.
Abre y sentí en ese
histórico momento que me convertía en la mujer de Lot, recordad ese pasaje de
la biblia que se convierten en estatuas de sal ¡Leches, qué fea estaba la
Martirio! Después de la sal, llegó el clímax de la satisfacción, la revancha
que toda mujer necesita cuando comprueba que todas somos iguales, que tu
Martirio personal es como tú, de carne y hueso y que sin aderezos es…, eso,
vulgar, incluso más fea.
¿Veis cómo la
envidia es un sentimiento absurdo que acogota a nuestro ego? Vicio deleznable
que hace aflorar lo peor de nosotras mismas, con lo majas que somos cuando nos
acicalamos de buenas personas. Tal vez no seas alta y delgada, pero seguro que
tienes una sonrisa que deja pequeño al sol más resplandeciente.
He subido más
contenta que unas castañuelas. Eso sí, aquí estoy delante del teclado sin saber
narrar una escena escalofriantemente erótica… En fin, voy a probar quitándome
el pijama a ver qué pasa.
¡Sed felices!
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