miércoles, febrero 04, 2015

LA VECINA DE DOÑA PURI

Necesito cambiar de registros, por eso hoy vuelvo a estar aquí… Me he atascado en una escena que pretendía ser la escena erótica por antonomasia, pero he releído lo que escrito y no llega a la altura de las futuras 51 sombras de Gray; lo mío queda en un quiero y no puedo. Claro, me miro y no me extraña que mi Pepe se dedique a dormir roncando en vez de mirarme y pensar que soy su conejita particular de Playboy. Para no pasar frío donde me pongo a escribir, me he comprado un pijama de cuello vuelto y una bata con capucha que también me pongo. En los pies unos calcetines casi tan gruesos como yo y, claro, si a mí Pepe le surge el anhelo por su conejita, hasta que me quita todo eso que llevo encima, el anhelo ha caducado como los yogures, de ahí creo que el erotismo no sea mi fuerte y me sienta frustrada, deje el orgasmo literario y me vista de doña Puri, personaje que no tiene secretos para mí y que hoy también se ha frustrado aunque con un tiste lascivo y envidioso a la par que satisfactorio por la desgracia ajena. Lo vais a entender rápido…
Nadie hablará de nosotras como nosotras mismas. Las mujeres vamos a matar, toreras hasta la médula espinal. ¿No hay una mujer en vuestras vidas de mujeres a la que odiéis porque es guapa o atractiva, simpática, se la dan los hombres como churros y todo el mundo habla de maravilla de ella? Yo sí, mi vecina del 2ºC. Si hasta el portero se le hace el trasero gaseosa nada más que sale del ascensor “Doña Martirio, buenos días. ¿Ha descansado bien?” Martirio es el mío, bajar con ella, ni mirarme, ni hablarme, oliendo a perfume del caro y bueno mientras yo huelo a fritanga porque estoy haciendo unas alitas de pollo y salgo corriendo porque se me ha terminado el aceite. Me convierto hasta invisible para el portero. Mi amiga Mari Pili me dice que mis maneras de salir a la calle no son las más adecuadas; todo porque voy elegante aunque informal con mi collar de perlas, oliendo a frito y con las zapatillas de estar en casa ¿A que no es justo?
Bien, pues esta mañana, para colmo, y al ver que el clímax literario no me llegaba a los dedos, me puse a tender la ropa con la desgracia añadida de los calzoncillos de mi Pepe, talla XXXL, se caen en el tendal de mi vecina fina y exquisita. Juro desde aquí que hoy yo no olía a nada. Fea estaba un rato, no lo niego. Total que bajo, llamo a su puerta y no me abro. Insisto y nada. Mi mente acelerada iba pensando “Esta cabrona seguro que está aún en la cama”, cuando una voz lejana y tintineante como una lluvia de primavera, elegante y suave como un lirio, dice ¿Quién va? Me dieron ganas de contestarla “La gilipollas del 6ºC”, pero contesté” Querida Martirio, soy Puri”… Qué falsas somos las mujeres a veces, llamarla querida cuando siento en el fondo del trasfondo de mi pijama de cuello vuelto una asquerosa envidia por esa esmirriada que no tiene ni un gramos de grasa en su cuerpo… “Vete por la puerta principal”, ¿veis lo que os digo? Ella no se rebaja a abrir la puerta de la cocina, su condición es ser señora.
Abre y sentí en ese histórico momento que me convertía en la mujer de Lot, recordad ese pasaje de la biblia que se convierten en estatuas de sal ¡Leches, qué fea estaba la Martirio! Después de la sal, llegó el clímax de la satisfacción, la revancha que toda mujer necesita cuando comprueba que todas somos iguales, que tu Martirio personal es como tú, de carne y hueso y que sin aderezos es…, eso, vulgar, incluso más fea.
¿Veis cómo la envidia es un sentimiento absurdo que acogota a nuestro ego? Vicio deleznable que hace aflorar lo peor de nosotras mismas, con lo majas que somos cuando nos acicalamos de buenas personas. Tal vez no seas alta y delgada, pero seguro que tienes una sonrisa que deja pequeño al sol más resplandeciente.
He subido más contenta que unas castañuelas. Eso sí, aquí estoy delante del teclado sin saber narrar una escena escalofriantemente erótica… En fin, voy a probar quitándome el pijama a ver qué pasa.

¡Sed felices!

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