Aún no ha amanecido pero los pajarillos me han despertado con sus cánticos
vivaces, como si ahí fuera hay una nueva oportunidad para la vida.
La mesa camilla está llena de papeles con anotaciones, palabras escritas
que, casadas con buenas puntadas, me devolverán aquello que he vivido, lo que
he perdido o he soñado. Letras resumiendo una semana de aquí para allá. Seguro
que tu semana será distinta a la mía, pero tendrá en común que todos hemos
salido de una forma u otra de la monotonía cotidiana y habremos tejido una
pequeña aventura para nuestro libro de vida.
El tiempo nos ha hecho estar más en
la calle; el que ha podido seguramente se ha fugado a la playa, al extranjero,
a la montaña… Otros, por nuestras circunstancias, hemos permanecido encadenados
a nuestra ciudad y lo hemos disfrutado lo mejor posible; sin duda la
temperatura, y los días festivos han ayudado.
Las primeras sensaciones que se agolpan en mi cabeza sobre estos días, son
agradables, en cierto modo completas. Este veranillo regalado e improvisado, la
primavera en flor y perfumada, los pájaros revoloteando y amenizando los oídos.
Esos atardeceres donde la luz ya no es luz sino polvo divagando sobre su propio
fin e iluminando con el último rayo a un Cristo crucificado es un regalo visual
muy hermoso. Como bonito esos encuentros inesperados que, sin quedar con nadie,
te has encontrado a muchos conocidos, amigos y hemos ido “matando judíos” como
se dice cuando vas al encuentro de una
procesión y entre medias te tomas un buen vino de la tierra. Los rostros de la
gente que me he encontrado me gusta garabatearlos para deciros que todos tenían
dos cosas en común: luz y sonrisa.
Remolinos de gente por las calles, silencio ante un Yacente, alegría ante
un himno, escucha activa ante una anécdota de un amigo… Las charlas con “mis
viejecitas” que me esperaban como agua de mayo para que las trajera el mundo a
sus vidas y que, con ojos de niñas perdidas, seguían mi voz con ganas de más.
Hasta mi madre, que su tristeza es incapaz de reconciliarse con la alegría, ha
sido capaz de encender la mecha de su tenue luz. Las he narrado cada esquina de
su ciudad, la iglesia más hermosa, la
Virgen más floreada, incluso la vestimenta de la gente, todo
con tal de ver sus rostros iluminados… Y me volvía a la calle en busca de más
aventuras para regalárselas a ellas. Me he abrazado y besado muchas veces como
si el alma y el cuerpo necesitaran el calor y el cariño de tu gente.
Sí, estos días he peinado y despeinado muchas veces mis horas y ha merecido
la pena, como deseo de corazón que estos días para ti también hayan sido
especiales.
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