viernes, marzo 14, 2014

ELLOS, ELLAS...

A veces creo que no puedo dejar de pensar en ellas, en ellos, incluso que es beneficioso que lo haga para olvidarme de mí. Es una sensación rara cuando entro en su jardín; es como si me estuvieran pidiendo volver a vivir en palabras ajenas para que no se les olviden que aún existen, que, a pesar de ser juguetes rotos, viven todavía, que necesitan más que nunca calor en sus corazones para que sigan latiendo. Ellas, ellos, nunca pidieron terminar sus días así y, sin embargo, ahí están.
Cada vez que voy y digo en voz alta y sonora para que todos me oigan bien ¡Hola chicos, chicas!, levantan sus cabezas perdidas y sus ojillos de ratones asustados se encienden; juro que se iluminan. No os cuento ya si atusas sus campos arados, una simple caricia basta para que cierren sus párpados y sientan que el amor, de alguna manera imprevisible, ha llegado a su olvido.
Donde están refugiados hay un jardín; no es grande ni pequeño, pero posee el misterioso encanto de un ángel: silencioso, un remanso de paz, sombreado por pequeños arbolillos que dejan pasar la luz que calienta sus huesos. Repleto de caminillos para andar sin rumbo, unos bancos para reposar el cansancio y, en medio, una fuentecilla rodeada de flores. El agua cae en cascada chapoteando con sus aguas en la vida de estos ancianos que me desgastan emocionalmente y que, sin embargo dan tanto sentido a mis visitas rutinarias.
Entre estas almas y estos cuerpos que regresan a una niñez sin retorno está mi madre y ella me hace recordar a todos los padres y madres de los que aún tenemos la fortuna de tenerlos entre nosotros; ahora, a nosotros nos toca dar un paso al frente por ellos como cuando nosotros éramos niños y ellos, ellas, cuidaban nuestras vidas infantiles, adolescentes y maduras porque ellos, ellas, nunca han dejado de preocuparse de sus hijos.

…En la madre de Pilar, tan dolorido su cuerpo pero que aún es capaz de sujetarse a sus tres niños. El padre de Pachus, cada vez más adentrado en un camino que no recuerda. La madre de Moncho con miedo al silencio y a los fantasmas que arrebatan sus esperanzas. A Felisa que no acaba de despegar a un cielo que la espera lleno del amor de su esposo e hija… Tantos, y tantos casos, todos distintos aunque todos iguales… Tanta tristeza me dan y, que apesar de ello, me regalan la incombustible sensación de que soy necesaria aunque sea sólo con una sonrisa y una palabra.

2 comentarios:

Maria Coca dijo...

Qué bonito homenaje a las personas mayores. Tus palabras siempre rebosan dulzura y emoción.

Buen finde amiga!!!

Maripaz dijo...

Que bien has descrito el mundo de los afectos de los ancianos. Y si, se vuelve a la infancia de nuevo, yo lo pude vivir con mi madre antes de su marcha.
Un beso