De un tiempo acá se le notaba arrugadito achicando ausencias, añorando palabras. Él es de todos pero todos sabemos que tenía un dueño que cada día le visitaba, descansaba en él los años que arrastraba a cuestas, y hasta allí se aproximaban otros pajarillos de alas recortadas con tanta edad que juntaban más de un siglo. Pero un día, esta primavera, el banco se quedó mudo, Miguel-su dueño- se cansó de luchar y voló por encima de las ramas de ese árbol que tanto cobijo daba a buscar a su Ángel perdido.
Desde aquel día, cada vez que pasaba por allí, mis dedos se escapaban a rozar la piel del banco vacío; ese gesto fortuito me aproximaba a Miguel porque, aunque él no lo supiera, mis años crecieron junto a su sombra alargada, igual que la de un ciprés. Hasta que el otro día, de lejos disipé una figura sentada en el banco solitario. El corazón se puso a galopar; creí ver el regreso de un duende…, pero no. Era una anciana haciendo acopio de la energía perdida.
Me senté junto a ella en silencio y, al cabo de un rato, dije “Vamos, mamá. Comienza a llover”
Volví a rozar con las yemas de mis dedos a ese banco que ya no estaba vacío; detrás de nosotras presentí la sombra de un ciprés alargada acompañándonos hasta casa.
8 comentarios:
Espero que haya encontrado a su ángel perdido.
Besos.
Este relato me recuerda a otro Miguel...
Besos, Cantalapiedra.
¡Qué difícil es, mi niña, llegar a los demás con ensoñaciones que gravitan sobre nuestros sensibles corazones! El viejo banco, su fiel huésped, la marcha, el relevo inevitable, la nostalgia, los táctiles evocativos... ¿Qué habita en el ancho mundo que no pueda darse? Hasta el gran misterio es misterioso. Pero, ¡qué engrandecedor para el afortunado que lo siente cerca!
Mi cariño siempre; y ese beso, ¡ya!
JULIO.
www.fancyediciones.es
juan@fancyediciones.es
Encantador relato cargado de ternura, como tú sabes hacerlo.
Estos son los bancos buenos, los que ayudan y dan descanso y cobijo al transeúnte, los que permiten la relación y el diálogo, los que nos acercan a los pájaros que buscan su alimento en las migajas de pan que les arrojamos.
Besos
Me emocionaste.
No hace falta ni que le pongas un lazo para regalárselo... Supongo que Miguel lo habrá recibido con alegría.
Sentir la madera añeja y su tacto suave entre las manos, es algo fantástico. Porque, hay bancos que tienen sus madera áspera y ruda, pero otros...
Sí, ya, pero es que yo soy de tocar y oler... jeje... qué le vamos a hacer (anda, y rima y todo... jo)
Besicos.
Que bonitooooo aunque me escuche, me oiga pueril,pero que bonito y emotivo texto,cuando uno siente esa punzada de emoción es que ha llegado el contenido y las formas....
Un fuerte abrazo.
Bonita y entrañable historia de amores.
Tambien yo acariciaria el banco, guarda en su interior secretos que puedes compartir con el.
Un beso
¡Qué hermoso relato, mi querida amiga! Entrañable y emotivo. A veces la naturaleza está tan ligada a las personas que cuando ellas mueren, también una parte se pierde. Un fuerte abrazo.
Publicar un comentario