viernes, abril 07, 2017

CUADERNO DE SENSACIONES, I Y II



Deambulé por los claustros mientras mis ojos bebían la plástica del lugar, las arquerías, las columnas de fuste liso y sus capiteles ornamentados. Observé los arcos de medio punto, los gruesos muros de piedra, las bóvedas de cañón. Subí y bajé escaleras como una niña  descubriendo un cuento imaginario hasta que al fin me vi sentada sobre una piedra fría y la mirada en algún lugar recóndito…
Modifiqué el escenario. En vez de un monasterio, creé un palacio a cuyas colmenas subía cada tarde a otear el atardecer lánguido de un crepúsculo tan silencioso que se me hacía eternidad. Mi castillo medieval tenía su propio bosque de castaños, nogales y robles por donde saltaban corzos y jabalíes huyendo de su cazador. A las paredes del valle se pegaban volutas de algodón en cada despertar y el día llegaba revoloteando, desnudándose con la cadencia de un desmayo mientras el sol, un joven amante, acariciaba a su amada tierra. El cementerio que descansaba bajo mi balcón era un jardín de rosas frescas pues no quería pensar que sus moradores, monjes sabios o místicos, monjes dadivosos, y muchos monjes venidos a lagartijas y sanguijuelas chupando los placeres mundanos en vez de darse a Dios, fueran a colarse en mis sueños; me daba miedo. No, mi alma de niña se defendía de las sombras de los siglos.

II
Un vientecillo fresco, un cosquilleo en los pies, algo me ha despertado. La respiración pausada me recordó que estaba en otro rol, quizá desprenderse de todo, tal vez mudar de piel y que mis poros volvieran abrirse a nuevas sensaciones, o redescubrir las viejas, las que perdí…
En la oscuridad he acariciado la lentitud, la parsimonia del silencio sordo y he abierto los ojos a la noche. Era como palpar un lienzo negro que, cuánto más atusaba, se iba mutando de color. Me he arrebujado en las sábanas de placer entre tanto la opacidad se transformaba en una aurora dulce y me poseía la sensación de estar bebiendo lo invisible. Los barrotes de la balconada se hacían sombras a sí mismos y sobre ellos descendía una bruma blanca. Pensé entonces si sobre las tumbas del cementerio caería ese mismo algodón blanquecino. Me iba a levantar a comprobarlo cuando, de pronto, un gallo cacareó. Después, el silencio de unos segundos largos y el gallo volvió con un cacareo dilatado y agudo. Aún pude ver por la comisura del balcón la rama afilada de un árbol temblar para, después, un hilo fino de voces comenzar a cantar. Eran pájaros que se alternaban con el gallo mientras mis ojos bajaban sus persianas para dormitar en el reino del silencio y un tufillo a estiércol despertar a mi olfato atrofiado.

Volvía el vientecillo impío, el silencio hueco camuflado de pajarillos adolescentes descubriendo un mundo imperceptible que yace junto a mí.

5 comentarios:

Mª Jesús Muñoz dijo...

Me encantó esa niña, que vaga entre la realidad y el sueño, dejándonos su antorcha y su sensibilidad.¡Precioso, amiga...!
Mi felicitación y mi abrazo.

Macondo dijo...

Lo que decía: un pedazo de ESCRITORA. Así, con maýusculas.

SALETA dijo...

Una preciosidad literaria.
Veo una muñeca rusa, en la que unos sueños albergan otros sueños dentro, y así sucesivamente...
Vaya, lo que los físicos llaman ahora un "fractal".
Un beso, amiga. Siemepre es un placer leerte.

Codorníu dijo...

Cuando terminamos de soñar en eso que llamamos "dormir", comenzamos otro sueño en el que creemos que estamos despiertos.

Dentro de este, cuando escribimos, también soñamos personajes y acciones, entre ellas, incluso les hacemos soñar.

Solo está ocurriendo una Verdad, pero esa única Verdad, es un encaje de infinitas verdades: lo que llamamos "el universo" es como una muñeca rusa (con un cierto retraso, los físicos han reconocido que es fractal. Todos estamos formados por piezas y todos somos piezas de algo más grande.

Celia dijo...

La segunda parte me ha recordado algo que "viví" anoche.
Escribes precioso.
Besos.