Cuando era niña,
en mi reloj sin horas, había dos noches densas en que las manecillas
debilitaban su peregrinaje y pasaban tan lentas que mis ojos emocionados no se
cerraban: la noche de reyes y el domingo
de ramos…
Domingo de sol,
niños y palmeras. Encantador en una ciudad chiquita como era y es la mía,
aquella donde los poros se dilatan para seguir absorbiendo sus viejas
costumbres de ayer, esa idiosincrasia tan suya, y beber lentamente la
modernidad.
Hogaño, una
mañana de domingo, de ropa nueva y griterío, donde la danza está en la calle y
sus gentes se pasean.
Letanías de
trompetas, palmas revoloteando bajo un cielo pintado de azul, y el arte puesto
en el asfalto para disfrute de sus paisanos.
He despertado
soñando, palpando de nuevo mi ciudad, ese Valladolid de campo y señorío, el de
ayer y de hoy, en un domingo de ramos que, aún, me sigue regalando las mismas
sensaciones de antaño.
¡Ahí va la
borriquilla, ahí va por Platerias!
4 comentarios:
Olá Mª Ángeles.
Recordações desse tempo de da infância sempre é um acalanto, uma revivência de nossos tempos dourados. Bela crônica. Parabéns.
Abraços. Pedro
También sigo disfrutando el Domingo de Ramos en mi tierra manchega, ayer lleno de sol y palmas...Y renovando sensaciones de infancia.
Mi abrazo y feliz semana,M.Angeles.
Coincidimos, lógicamente, en el Día de Reyes como importante en la infancia. Yo el Domingo de Ramos no lo recuerdo tan especial. Resultaban más significativos el día de mi cumpleaños, el de mi santo (San José) y el de San Antonio (santo de mi abuelo, mi padre, mi hermano y ahora mi sobrino). Para la Semana Santa ni siquiera estaba en Zaragoza, mi ciudad. Quizá fuera por eso.
Qué bonito lo has descrito. "Las manecillas debilitaban su peregrinaje" , me encanta.
Besos.
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