Tó se me había torsío. Aquello que nació de un
sueño, de una ilusión, la lluvia lo barrió. Y, a pesar de eso, acudí. Otoño en
Sevilla, el sol de limón, de vainilla, esa luz de membrillo castellano y yo,
con un anhelo sin despertar.
El AVE trotó por el acero para llevarme una mañana
de noviembre temprano a mi ciudad del alma a soñar lo que no pudo ser. La nube
amenazaba, el agua también. Y, sin embargo, bajé de mi AVE bailando quimeras,
arrastrando a mi Blanca paloma que flotaba en el aire. Daba igual, si mis ojos
no se chocaban con el Señor en la calle, habría de conformarme con verle en el
templo mayor.
Mientras la lluvia peregrina iba y venía, mi
Blanca paloma y yo nos vestíamos de volantes. Después, fuimos a su encuentro.
Le vi, allí estaba, varado en el tiempo, como si estuviera esperando a que yo
llegara, le mirase y agachara la cabeza con sus requiebros amorosos diciéndome “Amaina,
amaina, bebe la vida pero compártela. Qué más te da que digan, que digan lo que
quieran, tú sonríe a todo lo que se menee, pero siempre dando… No se te olvide,
dando”… Estoy segura que no solo me habló a mí, musitó a cada uno que allí
llegó. Da igual su condición, El Señor balbuceó aliento a cada cual.
Y salí y la
manzanilla me atrapó. Y el sol salió y la calle Sierpes se aderezó de helado
italiano y yo cantando “Volare, oh, oh, oh”…Todo era tan hermoso, como el gato
de la pensión, don Rocío, o Esperanza, la camarera, la terraza que tocaba el
cielo cenizo lloviéndote besos de agua y mostrándote la Giralda altanera, o la
anciana borracha de soledad deseando una palabra, una sonrisa, para narrar que
la juventud engaña, que es más sana que lo que su corteza enseña. Y las
carcajadas buscando un fanal para la Virgen mientras la Blanca paloma se
arrastraba por las aceras diciéndome “Vete más despacio”… Todo era tan real que
daba igual perder el aliento; Sevilla se merece tó.
La segunda noche caímos desplomás, pero al
amanecer escuché una campana. A gatas salí al balcón y una luz menuda me dio los
buenos días. El agua de la ducha barrió sueños que podían esperar, yo no. Salí
a la calle a escuchar el sonido de la ciudad que despertaba, la bulla de los pajarillos de San Lorenzo, a
enmudecer sintiendo como mi alma se alborozaba de sentirse tan viva.
Después, los encuentros golosos, abrazos
acalorados, miradas francas, racheos de voces contándonos vidas ausentes.
Una bulla callejera, fresca, vital y lozana,
guiaba nuestros pasos hasta llegar a nuestra Gran espera.
La bulla enmudece. Una saeta, doce campanadas. El
Señor ha entrado en la plaza. Él para, escucha y después emprende la marcha. Su
paso no es zancada, no es su caminar. Ahora se macera de música, Ion la llaman.
Sus pasitos son dolorosos, menudos, la cruz dice que pesa, demasiados pecados a
cuestas.
Tú le miras, le miramos todos, parece que sale entre
la bruma del incienso y el añil del cielo. Sí, mi olfato dice que huele a
romero, huele a incienso de mil matices… Y yo, tan mecida entre el cariño de
los míos, la mano de mi Blanca paloma atusando el sueño despertado. Acunada por
mi familia sevillana, esa que me acogió hace años. Entendí, entonces, el porqué
yo estaba allí una mañana de noviembre viendo al Señor de Sevilla.
4 comentarios:
Olá Mª Ángeles.
Li com muita atenção esse relato, embora se trate de ficção,
tem-se a ideia de viver um pouco do que ali se passa.
Tu és uma escritora de muito talento. Parabéns.
Abraços.
Olá Mª Ángeles, volto a este belo espaço, agora para agradecer a sua visita ao meu blog, onde espero que tu apreça mais vezes.
De minha parte, sempre que fizeres nova postagem aqui estarei, pois como o teu blog está entre os de minha preferência, ficarei sabendo quando fazeres nova postagem.
Abraço. Pedro.
M.Angeles como siempre me has emocionado, que bien sabes expresar lo que sientes,me ha gustado mucho el relato. Un beso.
Yo también vi al Señor de Sevilla y te entiendo. No podrías haber puesto mejor título: Una Madrugá de luz. Precioso y bien contado el relato. ¡Enhorabuena! Abrazos
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