jueves, noviembre 03, 2016

HISTORIA DE UNA NOVELA

El tiempo es denso cuando la espera es incierta, cuando tu hijo recala en unas primeras manos que las sientes doctoras y analizan a tu criatura. Días largos en que nada sabes pero cuentas las horas mientras tu cabeza se precipita a preguntas sin contestar.
Mientras, distraes el pensamiento como puedes y hoy me he regodeado en cómo nace una novela, una historia. Son muchas fases, muchos registros, una labor de zapa con mucho trabajo por medio. Hay quien le lleva años escribir una novela. Mi experiencia es de un año aproximadamente trabajando cinco horas diarias incluidas fiestas de guardar, y exceptuando periodo vacacional en el que no dejas de escribir, de una manera distinta, pero sigues con ojo avizor y libreta en mano por si salta la liebre en cualquier esquina.
Lo mío comienza sin pies ni cabeza, como soy yo, pura vehemencia.  Mi segunda novela, Mujeres descosidas, se fraguó delante de un vino mientras esperaba a una amiga. Mirando el líquido ensangrentado, difuminado el color  de la sangre mientras dejaba olas transparentes por las paredes del cristal me dije “Una mujer que viaja en el tiempo” Sin embargo, la novela que ahora estoy escribiendo nació de un anciano al tropezarme con él en un parque. Él se fue a sentar a un banco debajo de una catalpa. Me enamoré de los dos, un flechazo instantáneo, corrí a casa, encendí el ordenador Y comenzó su singladura Catalpa Bunguei y Abelardo.
Es decir, una novela, para mí, no nace de una idea consolidada en tu cabeza sino se gesta a partir de un punto muerto, de un barro sin forma que cada día vas modelando. Ni tú mismo sabes qué pasará en el capítulo siguiente. Es una sensación mágica que va creciendo delante de tus ojos, cobrando forma, identidad, realismo.
MUJERES DESCOSIDAS es una novela doliente, una lucha encarnizada de una mujer contra sí misma. Una historia de supervivencia que, de humana, se convierte en real. Me costó meterme en el papel de Juana, la analicé del derecho y del revés, de arriba abajo, con ojos intrusos y críticos porque ese tipo de personas las rechazo de plano pero por algo que desconozco, ahí estaba dando vida a esa mujer. No fue hasta cuatro meses después de haber iniciado su gestación cuando un amigo me invitó a un Martini. Le había pedido documentación para la novela, a grandes rasgos le conté de qué iba la historia. Entonces se metió un momento en casa y salió con una pistola. Yo, jamás había cogido una pistola, la sensación me daba vértigo solo con tenerla delante de las narices. Miguel la depositó en mis manos, recuerdo que me temblaban. Cuando cayó ese peso sobre mis palmas, juro que me transmuté. Me fui a casa siendo Juana, Ángeles se había quedado en el limbo para no regresar hasta ocho meses después. A partir de ahí, mis dedos fueron unos cirujanos del alma de una mujer hundida en su propio caos, o la salvaba o moría sin liberación. Fueron horas, días, meses, de dolor, de sufrimiento ajeno que lo había hecho mío. Estaba obsesionada, más en poner un tapón al vomitero para que no se fuera por el desagüe la esperanza, el motor de cualquier vida.
Antes que se despegue de las manos del autor, cada novela vive sus propias fases en el periodo de incubación y gestación. Las letras queman kilómetros de horas. Unas veces fructíferas otras dolorosas y muchas pérdidas. Pero llega el día del epílogo, del punto final. Es un instante despiadado, agotador y terco, en el que te sientes autor para bien o para mal de una vida que has creado a fuego lento, eres el artífice de dar vida o muerte.
Pasé días con el ordenador apagado, pero en un amanecer lo volví a encender, a esas horas del día en que la virginidad de tu mente no ha sido mancillada aún, veo el mundo con nitidez. Grabé la novela en un pincho y me fui a imprimirla. Tenía los ojos limpios, la conciencia en paz, la mente despejada. Me puse un vino, descorché cigarrillos y desde la distancia comencé a leer. Cuando leí el último renglón, paré, ¡seré tonta!, estaba llorando como alma en pena, me había enamorado de la historia.

El amor, no siempre llega por el mismo camino. Sus designios son inescrutables.

5 comentarios:

Pedro Luso de Carvalho dijo...

Olá Mª Ángeles.
Penso que todos os escritores gostam de saber que há quem goste de livros, que é o meu caso. Sempre estive às voltas do romances (novelas) e contos. Quem sabe eu possa encontrar aqui no Brasil um livro de tua autoria. Gostaria muito.
Abraços. Pedro.

Celia dijo...

Lo de la pistola me ha encantado. Yo solo he escrito una novela y como tú dices, sin saber qué iba a pasar. Me iba dejando llevar.
Besos.

Macondo dijo...

No he llegado a sentir esas sensaciones, porque nunca he escrito algo largo, pero las entiendo perfectamente. Son un cacho de tu vida dedicado obsesivamente a ellas. Comprendo que es normal terminar enamorado de ellas.

Maripaz dijo...

Me ha encantado como has descrito las sensaciones de un escritor al dar a luz a su criatura. Siempre me ha parecido enormemente difícil escribir una novela. Tengo claro que no sería capaz, pero me apasiona esa manera tuya de contarlo y hacerlo vivir a los demás.
Sabes que desde que te descubrí, me cautivaron tus letras.
Miles de besos, querida escritora.

Ambar dijo...

Nunca he escrito un libro, ignoro lo que se siente, pero supongo que una vez terminado lo normal es ponerse a llorar.
Besos