Hay muchas cosas que a una mujer la pueden quitar,
robar, incluso la dignidad y la autoestima, pero nunca su mundo interior. Las
sensaciones que van y vienen por su cosmos íntimo y personal, esas no.
Maricarmen hace no mucho que la desgraciaron de
por vida, pero ahora, cuando el silencio duerme los últimos tintineos del sueño
de los justos, cuando aún puede palpar y sentir su soledad sin que nadie le
ponga una mano encima, está viendo un amanecer riguroso entre las frambuesas y
el azul desteñido. Hace frío, le da igual, con una manta se tapa su cuerpo
amoratado. Pronto se despejará el nuevo día y, ¿qué hará? Lo de siempre.
Cuánto daría por regresar a tres años atrás. No es
tanto tiempo aunque a ella se le antoje la eternidad. Conoció a Paco en la
fiesta de navidad de su empresa, una multinacional de embutidos. Maricarmen
llevaba cinco años trabajando allí. Entró “por enchufe”, un amigo íntimo de su
padre trabajaba en RRHH. Ella era una cría de apenas veinte años, la pequeña de
seis hermanos que no quiso estudiar y como la pequeña, estaba consentida por
padres y sus cinco hermanos.
Desde el primer momento la gustó su trabajo, ganar
su dinerito y sus grandes compañeros, pues allí dentro hizo buenos amigos.
Todos los años les daban el aguinaldo y una gran cena por navidad. No podían ir
con parejas pues lo que trataba la empresa es que empleados, jefes y directiva,
se conocieran mejor fuera del trabajo. Y allí conoció a Paco, uno de los
directivos que trabajaba en Alicante y había venido ocasionalmente a ver la
fábrica de Burgos. Él a sus treinta y dos años llevaba a cuestas un magnífico
expediente laboral. Fue un flechazo. Comenzaron a salir, a escribirse en la
distancia, Wassap, emails, a aprovechar los fines de semana
y largos puentes, y al año y medio se casaron. Las dos familias muy satisfechas
por estrechar lazos pues hacían una pareja extraordinaria. Maricarmen pidió
traslado a Alicante y los primeros meses trabajó sin problemas hasta que un
buen día, al salir del trabajo, unos compañeros dijeron de ir a tomar una
cerveza y ella se apuntó. No habían pasado ni veinte minutos cuando por el
cristal Maricarmen vio a su marido y le hizo señas. Él entró alborotado,
montándola un numerito delante de sus compañeros. Ella bajó la cabeza y no
contestó para no dar más que hablar. Lo peor fue cuando llegó a casa y Paco la
montó una escena de celos desequilibrados, sacando la situación de contexto y,
por último, propinándola una torta. La primera.
Después de esa, llegaron más. Maricarmen no se lo
explicaba, sus razonamientos no entraban en la cabeza de Paco que, incluso, iba
a esperarla todos los días al trabajo. La llevaba a casa y él volvía a la
fábrica hasta que un día ella no pudo más y decidió escapar, pero la puerta de
la calle estaba cerrada y habían desaparecido las llaves. Cuando Paco volvió a
casa, ella pidió explicaciones, aunque el miedo ya empezaba a hacer mella en su
ánimo. Él no solo no la contestó, sino que añadió tres frases que no la han
abandonado desde aquella noche “A partir de mañana ya no trabajas en la
fábrica. Serás mi puta y la madre de mis hijos”
Sus padres y hermanos cada vez notaban más alicaída a
Maricarmen, pero ella no abría la boca, no contaba nada de lo que pasaba, tenía
miedo, mucho miedo, y disimulaba y contaba mentiras, ¡tantas!
Se quedó por fin embarazada. Sus pesadillas no la
dejaban dormir después de las noches de sexo con Paco. No era el hombre
cariñoso ni de ternura y delicadeza infinita que ella conoció. Sino un animal
que la montaba noche tras noche y, si ella no colaboraba, la paliza venía después.
No fue al médico, ¿cómo iba a ir con un cuerpo repleto de señales? Dedujo su
embarazo por sus pechos, por la ausencia de menstruación, por las náuseas, por
su cintura… Maricarmen se lo contó y lejos de reaccionar como ella esperaba, la
dio patadas y más cosas “No estoy dispuesto a compartirte con nadie”
Maricarmen calló y se fue a la cama. Ahora tapa sus
hombros con una manta, no tiene fuerzas ni para ponerse el pijama. Mira al
horizonte de frambuesas y azul desteñido, y siente que es tan hermoso que desea
fundirse en él. Mira hacia abajo. Es un tercero. Con suerte, se estrellará y
será una frambuesa más en ese horizonte que despierta cada mañana.
3 comentarios:
Impresionante relato, de un tema, que por desgracia esta de actualidad.
Lo has contado tan bien, que se me ha saltado una lágrima.
Besos
De nuevo por aquí y encantada de leerte.
Besos
Tan horrible como bien contado.
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