Esta mañana hojeando las cabeceras de los
periódicos digitales, encontré un artículo que me despertó un romanticismo trasnochado
por su significado, por haber convivido en una parte de tu vida con ese
elemento destacado.
Hablo de esos buzones amarillos y cilíndricos que
luego pasaron a su formato cuadrado, que había por las calles de nuestras
ciudades y pueblos, iconos de una época que fue, donde depositábamos postales,
felicitaciones, cartas. Cada época tenía su aluvión particular. En navidad, se
llenaban de estampas navideñas a familiares lejanos, o amigos que veías todos
los días pero que la costumbre te señalaba que debías tener un detalle antes de
finalizar el año. En verano, los buzones estaban repletos de postales de
lugares remotos o costeros donde pasabas tus días de asueto, y mandabas una
instantánea a tu gente para transmitirles el regocijo de tus días de descanso.
También, te llegaban largas cartas de amigos contándote lo bien que se lo
estaban pasando con la pandilla de toda la vida o, por el contrario, el
aburrimiento que suponía esos largos días de tedio en el pueblo o con tus
padres; de todo había.
El resto del año, en el buzón se depositaban
cartas familiares y ¡Cómo no!, cartas de amor. Sí, muchísimas cartas de amor.
Yo tuve un novio durante mucho tiempo
que vivía fuera. Eran cartas largas, lentas y pausadas que, en cada reglón, se
escapaba el hechizo de ese primer amor, la pureza de los sentimientos, los días
separados el uno del otro, lo cotidiano, los estudios, proyectos y sueños.
¡Lástima!, las quemé todas justo el día en que él se casaba. En un acto
simbólico me metí en el cuarto de baño y las quemé todas en la bañera. ¡La qué
preparé!, si ese día no me mata mi madre ya no me mata nunca. Humo negro por
los baldosines, olor a chamuscado, y yo sentada en la taza del wáter mirando
aquel humo tiznado de recuerdos.
Otro día, pasado el tiempo, encontré en casa de mi
madre, una caja de latón de Cola-Cao (Aquél negrito del África tropical…) llena
de cartas y postales; fue una tarde deliciosa, lo recuerdo bien, fisgando mi
juventud.
Hoy, esos iconos amarillos casi han pasado a mejor
vida, su utilidad tal vez sea que cuando les veamos recordemos una parte de
nuestra vida. La recordemos nostálgicos con ese puntito romántico y tierno con
el que evocas una parte de ti mismo.
Luego pasarás cerca de ese decorado urbano y no podrás evitar una dulce sonrisa
melancólica.
2 comentarios:
Olvídate de las cartas y pásate a los e-mails. Son gratis y pueden ser igual de emocionantes. ¿Te imaginas lo que sentirías si Hacienda te mandara un correo electrónico diciendo que te devuelve todo el dinero que le has pagado en impuestos desde que naciste? Yo besaría el ordenador.
Besos de Reina
Qué pena que desaparezcan las cartas. Y esos buzones...
Ah, la cajita de COla-Cao, qué recuerdos.
Besos.
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