Me metí en la cama con una afirmación que me
zumbaba en los oídos y en la sesera. Provenía de una amiga cuyas aseveraciones
las tengo muy presentes por su buen juicio y prudencia. Y cuando ella habla,
hay que escucharla y meditar sobre sus palabras, tal vez las interiorice y deba
seguir por esa senda…
El calor en Madrid se pega a las paredes de los
edificios, los árboles y las flores tratan de sobrevivir
a él a duras penas con chapuzones de agua. Pero la quemazón viene sobretodo del
asfalto, semeja la tierra ardiendo bajo la plantas de tus pies hasta llegar la
canícula a tu raciocinio y dejarlo como un bistec a la plancha seco y
chamuscado.
Pese a ello me adentré en uno de los lugares de
sabor y solera madrileños: Malasaña. Calles estrechas que suben y bajan, igual
que si estuvieran subidas en una montaña rusa. Tiendas chiquitas de barrio o de
diseño. De tascas de siempre, bares con raigambre y prosapia, que en fin de
semana hierven cervezas, voces, risas y tumulto, pero que entre semana, el
paisaje es cálido y sosegado.
Mis pasos me llevaron a un café que no conocía. Bueno,
a veces pienso que Madrid y yo nos casamos hace treinta años, pero lo nuestro
no funcionó por falta de uso y comunicación. Tal vez sea que no había llegado
el momento de rozarnos, y llevamos de unos meses para acá que flirteamos el uno
con el otro y hasta nos gustamos; las cosas del querer, a veces, va por los
derroteros más extraños, y lo mejor es dejarte mecer a ver qué pasa.
El café Ruiz me cautivo nada más verlo.
Decimonónico, anclado en un tiempo que fue que hoy sigue siendo actual con
tintes de intelectual. En un rincón estaban seis personas tan entretenidas
descifrando una carta astral. El primer paso que di fue sentarme en una especie
de balcón abierto a una calle recoleta, de edificios recién peinados, en los
cuales reventaba un color rojo en
algunas ventanas; unas gitanillas desplegaban sus alas dando vida a una calle
tranquila y asfixiada de calor. Mi mesa diminuta se fue extendiendo de rostros
conocidos y voces vivarachas, ya se sabe que el español de hablar bajo, nada,
parece que si lo hiciéramos no se nos sentiría. Después nos fuimos a otro
recoveco del café. Unas teteras plateadas, tan brillantes que no podía alejar
mis ojos de ellas, pero un leve toque me hizo aterrizar a una mesa rectangular
en la que nos sentamos a divagar y con la excusa de “Sevilla…Gymnopédies” se
divagó sobre los escritores, incluso sonó Gymnopédies de Erik Satie que me
sigue emocionando cada vez que escucho una versión en concreto. Porque la
música nos transforma y nos transporta hasta sentir un vuelo rasante sobre
imágenes, personas, vivencias y placer.
Y entre palabras y palabras, surgió la frase de mi
amiga “No sabes describir gente mala, retorcida, esa con la que nos topamos
cada día y que existe”. Otra amiga que estaba a mi lado, también confirmó ese
hecho. Miré a una, miré a otra, mis ojos estaban en ese momento en un partido
de pimpón a cámara lenta y mi sesera agarrándose con uñas y dientes a esa
afirmación que, sin habérmela dicho a mí misma nunca, yo la presentía en las
puertas de mis letras pero no dejándola pasar.
“¿Por qué, porqué?”, me pregunté antes de apagar
la luz, incluso durmiendo mis subconsciente apelaba a que me preguntara y
cuando mis vahos nocturnos se han despertado con las primeras luces, lo primero
que me he preguntado ha sido “¿Por qué?” y me he respondido con el segundo
café:
“Ángeles no dejas pasar a la gente retorcida, o
esa que se entiende por mala porque las aborreces, porque huyes de ellas,
porque te desequilibran nada más otearlas. Sin embargo si te haces pasar por
escritora que es la voz de la calle, debes pintar esos personajes, personas que
hunden a otras por celos, envidia o porque el mal nace de sus entrañas”
Me he tomado un tercer café y me he puesto tan
contenta “¡Qué puñetas, muñeca!, anda que no tienes cabroncetes y cabroncetas a
tu alrededor, habla de ellos, ponles voz y hechos, mucho no te va a costar. Solo
con mirarles un ratito, pintas el pan nuestro de cada día”
1 comentario:
Pues,la respuesta de éste comentario encuentro en la página 41del libro "Pero a quien escribe se le escurre entre los dedos ese yo secreto y sólo quien sabe leer del revés puede encontrarlo".
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