jueves, noviembre 20, 2014

ESCENAS COTIDIANAS

La tarde es sombría pero cálida. El jardín permanece dormido en sus silencios y abandonos. Incluso parece como que intuyera la estación que le corresponde y un pino, casi invisible en primavera o en verano, de repente resplandece su tamaño y brillo en una composición pre navideña muy bella.
En las fechas en las que estamos normalmente no está el cántico de los pajarillos primorosos, sin embargo, este año el clima no es inusual, y muchos de ellos aún no han emigrado a sus reductos invernales. Permanecen colgados en las ramas de los árboles y pían y pían amenizando esta tarde de finales de noviembre. Siempre me ha gustado el jardín de Concha como así le llamo en honor a mi suegra porque ella lucía muy bien en aquellos bancos recordando su pasado más esplendoroso.
Salgo a él huyendo del calor del salón, allí la temperatura es alta pues las personas mayores sienten frio porque el calor de sus cuerpos las va abandonando poco a poco. Me doy un paseo mientras el humo del cigarrillo me acompaña hasta que decido sentarme en un rincón que te permite intimidad mientras observas las escenas cotidianas dentro de la sala de visitas; y es cuando la descubro y me deleito de esa escena que se debe repetir en horario laboral día tras día…

No sé cómo se llama, es una mujer de perfil que, en primera instancia, no es grato: alta, huesuda, de pelo tan zaíno que endurece, si cabe, más sus facciones; ni siquiera sé cómo es su voz aunque sí su sonrisa, melancólica y distraída. Desde luego en su envoltorio, nada la acompaña, sin embargo hoy la cristalera del salón es un nítido espejo limpio y resplandeciente en el cual no se escapa ningún detalle a esa observación abandonada en la que a veces me introduzco para descansar las fuerzas y los sentimientos… Desde el fondo de la sala la veo llegar con paso lento y cansino; en cada mano lleva una flor de memoria ya perdida; entre ambas flores sí que sumaran cerca de los doscientos años. Los pasos de estas tres mujeres son trémulos, un avanzar para perder… Se acercan a mi campo visual y, como si intuyeran mi presencia, se paran en la cristalera. No sé lo que hablan pero las flores casi centenarias miran con ojos vacíos mientras algo enciende sus rostros. La mujer alta y huesuda entonces las suelta y sus manos va a acariciar primero a una flor y luego a otra. Su boca se acerca a cámara lenta a una de las cabezas, y después apoya uno de sus mofletes desengrasados como si quisiera acunar la desmemoria de sus dos flores. Sinceramente me conmueve ese cuadro de belleza plástica removiendo mis cimientos más ocultos… La ternura, complicidad, la sensibilidad…, han adornado y encendido una tarde tibia aunque ausente de sal en un principio… Desde luego nunca se sabe dónde vas a encontrar el calor y el color de un instante.

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