Madrid no me
gusta y, sin embargo, él es generoso conmigo regalándome señuelos en cada esquina
para que pique y me quede un poco más con él o, al menos, que no sea tan crítica
con un espacio que tiene alma a pesar del ruido y el asfalto.
Hubo un tiempo
que huía de él, su piel me quemaba aniquilando mi templanza, los sentidos pero
sobre todo los nervios, la soledad, la incomunicación, el aislamiento. Después,
apenas tuve roce con él, decidí ignorarlo y atrincherarme en mis cuatro paredes
para que no olfateara mi presencia. Tal vez fue ese castillo de cristal que
confeccioné para defensa personal no sólo hizo que fuera recobrando la
seguridad en mis pasos, la certeza en mi persona sino, también, que comenzara a
mirar a mi hipotético enemigo de frente, bajo todas las perspectivas posibles y
decirle, reconocer que aunque le tenía miedo porque me había triturado en su
momento eso ya era pasado y que ahora estaba dispuesta a que se dejara explicar…
Así, poco a poco, Madrid comenzó a hablarme con otros lenguajes por ser ciudad multirracial,
abierta a todos y a todo.
¿Quién fue, él,
yo, los dos? Fui yo que aprendí a vivir con mis propios fantasmas y miedos. El
entorno nos condiciona sin duda, pero somos nosotros que con nuestra actitud
cambiamos las cosas, la mirada, el pensamiento y, así, tratar de vivir con armonía
en entornos, a priori, hostiles sin traicionarnos.
Hoy Madrid sigue
siendo Madrid, ciudad trepidante, ruidosa, en constante ebullición, renovándose
con rotunda constancia, que ofrece un perfil seductor para todo aquel que
quiera disfrutar de una ciudad divertida, culta y juerguista pero que cuando se
apagan las luces del escenario todos aquellos que han venido a ella se retiran
a sus silencios, al reposo de sus ciudades de origen. Pero los que vivimos con
ella y en ella, hemos de aprender otro
lenguaje para combatir el estrés de las distancias, de las prisas, el chirriar
de un espacio en que no oyes a la naturaleza. Crear tu propia atmósfera para
que tus cinco sentidos sigan latiendo, absorbiendo las chispas que regala la vida aunque te las tengas que
trabajar porque no nos engañemos, nada es gratis, al menos para la mayoría de
la humanidad.
Madrid ofrece
como el lenguaje, muchos lugares comunes,
pero he de ser yo si validarlos o no…, lo que a mí me sirve, puede ser
que para ti no valga nada, como esa obra de teatro que vi el otro día “Enfrentados”,
deliciosamente llevada a cabo en la que
para los eruditos hablar de religión de esa manera es plagarla de lugares
comunes y que, sin embargo, para mí fue
una forma de reflexionar con la sonrisa prendida en el ojal.
Dicen que de
Madrid al cielo, yo me conformo con saberlo mirar desde ese ángulo en el que
nada parece lo que es, y que detrás de una fachada siempre hay algo que te sorprende
y de lo que puedes aprender.
Allá donde se cruzan los caminos,
donde el mar no se puede concebir,
donde regresa siempre el fugitivo,
pongamos que hablo de Madrid.
Donde el deseo viaja en ascensores,
un agujero queda para mí,
que me dejo la vida en sus rincones,
pongamos que hablo de Madrid.
Las niñas ya no quieren ser princesas,
y a los niños les da por perseguir
el mar dentro de un vaso de ginebra,
pongamos que hablo de Madrid.
Los pájaros visitan al psiquiatra,
las estrellas se olvidan de salir,
la muerte viaja en ambulancias blancas,
pongamos que hablo de Madrid.
El sol es una estufa de butano,
la vida un metro a punto de partir,
hay una jeringuilla en el lavabo,
pongamos que hablo de Madrid.
Cuando la muerte venga a visitarme,
que me lleven al sur donde nací,
aquí no queda sitio para nadie,
pongamos que hablo de Madrid Joaquín Sabina
donde el mar no se puede concebir,
donde regresa siempre el fugitivo,
pongamos que hablo de Madrid.
Donde el deseo viaja en ascensores,
un agujero queda para mí,
que me dejo la vida en sus rincones,
pongamos que hablo de Madrid.
Las niñas ya no quieren ser princesas,
y a los niños les da por perseguir
el mar dentro de un vaso de ginebra,
pongamos que hablo de Madrid.
Los pájaros visitan al psiquiatra,
las estrellas se olvidan de salir,
la muerte viaja en ambulancias blancas,
pongamos que hablo de Madrid.
El sol es una estufa de butano,
la vida un metro a punto de partir,
hay una jeringuilla en el lavabo,
pongamos que hablo de Madrid.
Cuando la muerte venga a visitarme,
que me lleven al sur donde nací,
aquí no queda sitio para nadie,
pongamos que hablo de Madrid Joaquín Sabina
1 comentario:
Madrid me encanta y me llena de vida cada vez que la visito. Igual que Barcelona, son ciudades grandes que sorprenden y enamoran, pero también llaman a la soledad y cierta tristeza. Me ha encantado la descripción de tu ciudad. Un fuerte abrazo.
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