Un par de días con tormentas eléctricas al caer la tarde; el cielo se
arruga, se viste a cachos de negro zaíno y se ilumina de rayas en zigzag. Si
miras al horizonte bien puedes ver espesas cortinas de agua caer por algún
lugar. Cuando termina este llanto esporádico, la tierra rezuma un olor especial
entre fresco, limpio y a ese campo que se va convirtiendo en solitario.
Ya el sol no es el que era apenas hace una semana; juega a tostarte, pero
en el fondo es tierno tomillo de estación quebradiza. Aprovechamos sus rayos
como si estuviéramos paladeando un racimo de uvas. Un grupo de mujeres
minoritario nos sentamos alrededor de él, nos da pena que se vaya, que se
termine ese verano frugal que ha sido éste. Entre bromas, risas y chascarrillos,
amenizamos estas últimas mañanas en una piscina azul, cristalina y turquesa.
Nos embelesa su transparencia, nos enamora su soledad, soledad que aprovechamos
para nosotras y disfrutarla con ganas. Sorteamos a ver quién es la primera
valiente que se zambulle en sus aguas tan azules que dan frio sólo mirarlas.
Después, vamos todas al agua como si fuéramos niñas en sus últimos días de
vacaciones. Me gusta este aroma de mañanas sin más sonido que nuestras voces
gritando amistad.
Ya nos han amenazado que hoy se dejará de tratar el agua de esta piscina
que mis ojos llevan viendo hace más de cuarenta años y, ya, lo que dure el
turquesa antes de convertirse en verde empecinado. Y me da pena desprenderme de
estas briznas de alegría patrocinadas por un sol amable que aunque no tueste,
calienta la camaradería de mujeres que charlan preguntándose “¿Os acordáis
cuando España ganaba todo?” “Sí, estábamos en primera línea del futbol, tenis,
motos, baloncesto…” “¡Qué grandes nos sentíamos!”… “Ahora caminamos arrugados,
buscando alguna hazaña que nos vuelva a unir a todos”… “Ya, si hasta se nos van
los agrandes, Don Isidoro, Botín”…”Sí, pues yo ya no compro Cola-Cao, si los
catalanes no nos quieren, yo tampoco su Cola-Cao”… “Recuerdo cuando, no sé qué
año, se fueron al garete los negocios y tuve que hablar con mis hijos para
decirles que se había acabado eso de comprar marcas, y qué bien lo encajaron
los chavales”… “Ay, caya, que me acabo de acordar cuando se me perdió el niño
en el autobús y no aparecía”… “Ay, Dios mío, y qué hiciste…” “Pues encomendarme
a San Antonio, no falla”… Charlas intrascendentes donde se mezclan, como los
buenos cocteles, actualidad, recuerdos y maneras de pensar, con buenas formas y sentido del humor.
Pero pronto el otoño se va a llevar las voces de esas mujeres, esas
reuniones solitarias a media mañana y el césped, ya húmedo por la época, se
quedará tan sólo con la compañía de esa piscina quilométrica, hermosa y de
aguas tan verdes, que no verás su fondo has un próximo junio. Las sombrillas
desaparecerán, las tumbonas dormirán el invierno en un almacén esperando que un
sol vuelva a tostar las charlas de verano.
Sí, me siento nostálgica mientras miro por la ventana si hoy volveré a
disfrutar, tal vez el último día, de esa piscina que me vio crecer, que enseñó
a mis hijos a nadar y donde catapulté años de mi juventud.
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