Cada vez que el tren
corre marcha atrás, siento que fuera una
margarita a la que se le arranca de manera brusca algún que otro pétalo.
Las imágenes se me hacen difusas, rápidas a
pesar de estar tan atrapadas en mi corazón. Pero hay una imagen que es tan
grande que me achica, y es la de
presentir a una anciana que se queda atrás, con la cabeza gacha, mirando a esa
nada tan cruda mientras recuenta sus dedos; me empequeñece tanto que los ojos
se convierten en fuentes incontrolables.
En la hora de la
marcha siempre me hace la misma pregunta, en voz baja para no asustar a la
respuesta “¿Cuándo vuelves?” Y un silencio opaco nos envuelve a las dos… Me
recuerda tanto cuando yo era niña y ella me abrazaba ahuyentando, así, mis
miedos, que ahora es como si los papeles se hubieran volteado, y yo me hubiera
convertido en su madre y ella en mi hija.
Con suerte, a muchos
les llega la vejez, pero la forma de encararla dista mucho unos de otros. Hay a
quienes la miran con alegría, incluso con cierto sentido del humor, sabiéndose
que sus vivencias fueron plenas y afrontadas con valentía, asimilando la
grandeza que es la vida a pesar de todos los malos tragos. Son conscientes de
su edad y la proximidad de lo inevitable. Con una cartografía pegada a la piel
de su alma tan asumida como satisfecha y valiente. Son mujeres y hombres que
asumieron en su momento los roles que les impuso la vida porque, no nos engañemos,
hoy podemos elegir pero antes no se elegía, antaño en el paquete de la vida te
venía madres, esposas, mujeres, profesionales… sin pedirte permiso.
Y luego tenemos a
otros ancianos que son de una estirpe temerosa, frágil, cuyas huellas del
destino han frustrado tanto su ánimo que son incapaces de perder una sonrisa.
Ahora, por mis circunstancias, me codeo con tanto anciano, que os aseguro que
los tristes, miedosos y solitarios son muchos, muchísimos. Yo les llamo mis
conejillos asustados deseosos de una palabra, de una sonrisa, de un beso.
Siempre están mirando a la puerta para ver quién se acuerda de ellos; es muy
doloroso observar su desencanto, pero también milagroso cuando su semilla
triste y olvidada recala en la piel de tu corazón; te conviertes en un ser
solidario, bondadoso, regalando la energía que tienes oculta por el egoísmo innato
del ser humano.
…¿Cuántas veces
hablo de mi madre? Tantas que tengo al aire aburrido, pero cuando me alejo de
ella siento que soy una margarita a la que arrancan de cuajo algún que otro
pétalo.
2 comentarios:
Lo mejor es vivir el presente y no pensar Mª Angeles, te lo comento porque a mi me ocurre lo mismo. Muy buen escrito. Espero que hayas tenido buena Semana Santa, yo ya estoy de vuelta y he puesto algunas fotos en el blog por si quieres verlas. Un fuerte abrazo y feliz fin de semana amiga.
Por desgracia la vejez en muchos casos va unida a la soledad, a la incomunicación con quien antes era frecuente tener una conversación con motivos en común.
Buen puente.
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