Arrasar la memoria
no es conveniente; es una locura de incautos o descerebrados.
Si olvidamos, ¿cómo
vamos a saber de dónde venimos y quiénes somos? Sin embargo, hay que saber
gestionar esas evocaciones nuestras, despoblar de hierbajos y observar el trigo
con mirada clara y limpia, porque si dejamos que las malas hierbas permanezcan
en nuestro particular libro de horas, nos impedirán discernir que, por ejemplo,
los malos tiempos dejaron un poso de sabiduría e, incluso, nos hicieron más
fuertes para encarar las adversidades, para saber actuar en un futuro, para
valorar los logros del mañana, para saberse levantar en la caída perpetua en la
que estamos condenados los seres humanos; quedarse con el poso amargo nos
induce desesperadamente al rencor y a la amargura; no es conveniente recordar
con la vista turbia y, sí, con la sonrisa para podernos reír de nosotros
mismos, para darnos cuenta que no somos el centro de nada, ni siquiera el ombligo
de la mala suerte porque siempre habrá quien nos supere.
La actitud ante la
memoria, ese jardín que debemos cuidar día a día para que florezca la savia
nueva, libre de clichés fatuos, ha de ser luminosa para, cuando nos refugiemos
en ella, encontremos un motivo para dar las gracias, levantarnos y seguir
caminando con la cabeza alta porque sabremos quienes somos, de dónde venimos y
a dónde queremos llegar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario