Hoy leyendo las
letras que no veía, por eso de leer para no pensar porque mi cabeza, en vez de
ser cabeza, era un botijo repleto de migrañas, recordé aquel muchacho de pelo
del color de los trigales en tardes revoltosas de verano. Ojos de mar con briznas acarameladas y mirada
pícara. Era un buen chico y yo bebía los vientos por él. Era de esas personas
que, al tratarlas, sabías que a su lado todo iría bien, que la maldad no estaba
ligada a él y que la juventud podría ser eterna. No reía abiertamente; recuerdo
que la sonrisa quedaba colgada a un lado de su boca, pero a pesar de ser como
una media luna, era franca con leves tintes de timidez con lo que aún la hacía
más irresistible.
Luego, los años giraron
nuestros caminos y, cuando le volví a encontrar, el trigal de su cabello eran cenizas rubias,
su mirada opaca y esquiva y, su sonrisa,
una cínica media luna tan oscura como la
noche; aun así me quedé prendada, pero esta vez de la decepción. Ya no era
aquel muchacho, la vida le había cosido al bies las aristas de su rostro y su
porte estaba preñado de desencanto.
De nada servía escarbar, el ayer se había llevado
todo el hechizo; entonces he cerrado la
memoria del recuerdo y he seguido leyendo sin leer.
2 comentarios:
El tiempo siempre nos marca. Y dicen que el rostro es el espejo del alma. En nuestro rostro se refleja mucho de lo que no expresamos abiertamente.
La vida mancha, amiga mía. A todos nos mancha, pero hay que procurar no perder jamás cierta inocencia verdad?
Un abrazo y buena semana!!!!
Querida amiga, el tiempo lo transforma todo, para bien o mal.
En las personas hace naufragios.
Bonito micro relato.
Un beso grande
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