Aún no despunta la luz, los cristales permanecen empañados; no sé qué
pasará por ahí fuera pues todavía no he leído las cabeceras de los periódicos,
ni encendido la radio, pero me he pegado la primera carcajada del día con este
“Micro” de un compañero de blog.
Después de reírme, me he acordado de mi madre, vestida siempre de gris
plata y ceniza. Si la quiero animar, porque su ánimo se levantó gateando por el
subsuelo de la vida, no la puedo narrar alegrías; aún la hundo más. Entonces mi
memoria comienza a buscar en los archivos de desgracias las más fuertes y
tremendas y, si no las tengo del tamaño necesario, soy capaz de inventármelas
con tal de escuchar que su voz coge brío y su cabeza abandona las texturas más
negras; no es que goce con las desgracias ajenas, pero se siente tan
identificada que se la olvidan sus propias amarguras.
Anoche estuve hablando con ella hasta la madrugada y no tuve que rebuscar
ninguna desgracia ajena; yo misma aportaba suficientes morteros para que cuando
colgué el teléfono la penúltima vez, ella me volviera a llamar para darme
ánimos con un tono de voz armónico y juvenil.
Cuando he despertado todavía mis desencuentros de ayer estaban dormidos con
lo que no me acordaba de ellos, así que he empezado el nuevo día virgen, con
una sonora carcajada que me ha regalado este compañero. Y es que sonreír, ya me
lo decía ayer una amiga, es tan necesario como respirar y tú, yo, cualquiera,
necesitamos kilos y kilos de buen humor para sobrevivir porque a veces salir al
mundo es para escupirlo y volver a invernarte.
3 comentarios:
Por lo que se ve, Toro no escupe a sotavento... ni a barlovento.
Me gusta tu nueva, de nuevo, sonrisa. ¡Muy más mucho!
El mundo mira
y por una sonrisa,
él gira y gira.
Valió la pena escribirlo por ver tu sonrisa.
:)
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