Está amaneciendo y me he acordado de ti… Cada día, a esta hora, te enfundas
las zapatillas y sales a dar los buenos días a esa ciudad que se despereza. Al
rato vuelves habiendo cubierto la primera etapa. Te duchas y cambias el color
de tu cuerpo con un traje y una camisa blanca; con maestría te miras en el
espejo mientras las manos logran el nudo perfecto de una corbata que es la
guinda para una presencia elegante con una chispa juvenil. Te observo desde un
recodo del pasillo, me gusta mirarte desde esas esquinas que no controlas y así
verte crecer sin interferir en esos minutos tan tuyos… Y pienso cómo eres, como
te veo… Y sí, eres imperfecto, a veces egoísta, desordenado, tan cerrado para
tus sentimientos que ni con taladradora puedo perforar lo que te duele y no
dices… Pero lejos de esas manchas tu corazón late sano, sin dobleces en tu
carácter risueño; tus ojos achinados siempre miran con tanta luz que cuando
ríes parecen dos semáforos chocolate. Tus pies tienen alas, tu sonrisa es la
tarjeta de presentación y eres, en resumen, tan buena gente que, cuando te
pienso, me convenzo que como tú hay muchos y aunque paséis desapercibidos en la
gran masa global, el mundo podrá despertar cada mañana con esperanza porque
gente como tú hace que la vida merezca ser vivida con una enorme sonrisa.
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