Todas las ciudades
por hermosas que sean tienen algo de decepcionante en sus primeras miradas; uno
no se enamora de ellas nada más verse y menos esas ciudades que son mundos sin
horizonte y rugen a todas horas. En ellas el tiempo apremia galopando sin
respiro hasta que llegan esas mañanas festivas que son un bálsamo para
cualquier ciudadano que habite en ellas.
No dejo de pensar en
los pobres habitantes de Madrid, de buen carácter y resistentes a lo que les
echen. Su vida no sólo está alterada por el ruido y la prisa sino, además, por
la alteración de su rutina por manifestaciones constantes, por policías
corriendo tras los que alteran el orden público, un medio degradado por la
contaminación en cualquier orden o perfil en que la observes. Lo cara que resulta la vida social en esta
urbe… Reconozco que no soy benévola con esta ciudad que me provoca soledad,
ansiedad y no sé cuántas cosas más. Sin embargo, hay mañanas de domingo en que
ambas, Madrid y yo, nos damos una tregua; así hacen en la guerra.
Como las de este
febrero temblón, de cielos de hielo y que, sin embargo, te paras al sol tierno
del medio día mientras tus abismos pasean solamente con el canto de unos
pájaros que respiran nueva vida, y te sientes agradecida por este Madrid mudo
que cobija a todo aquel que llega a sus huesos de asfalto y hormigón. El agua,
los árboles, la tierra, todos ellos se preparan para resurgir de nuevo, de sus
propias cenizas. El azul afligido por esas nubes que taponan su esencia se
calman en estas mañanas mías de febrero y, nuevamente, vuelve a nacer en mí la
pureza de seguir creyendo cuando, lo normal, es que viva nada más en mis sueños,
esos sueños que viven en la noche cuando el bramido de Madrid es un simple
murmullo.
2 comentarios:
Vivir en las grandes urbes tiene sus peajes. Las dos caras de la moneda: el sin vivir de los días laborales y el relax de los festivos van en el mismo paquete. Elige aquello que más se acomode a tu perfil.
Besos con los dedos helados por el frío que se cuela por el maldito aluminio.
¡Qué bien y bonito lo describes!
Estuve en verano en Madrid y me pareció precioso; lo que no antes. También lo cosmopolita de sus gentes, que siempre caracterizó a la capi, devuelve a los hoy ya castizos su condición de chulapas, con el orgullo y humildad de antaño, pero sin la prepotencia chulesca de "ayer tarde".
Que te sigo leyendo... vamos.
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