A veces siento que el abismo se acerca a coquetear peligrosamente con mi
razón, y me asusta, y siento el miedo que palpa mis sienes, mis sentidos hasta
quedarse pegado al corazón.
A veces cuando soy inmensamente feliz (porque la inmensidad sobre la
felicidad existe aunque breve; no os dejéis engañar por los que niegan su
existencia) simplemente haced como yo: debéis abrir los compartimentos de la
sensibilidad, y notaréis que avanzan sobre vosotros como unas olas blancas,
altas y espumosas que se acercan a la orilla de tu vida.
Así es la felicidad cuando ríes, cuando notas cómo la armonía reina a tu
alrededor, cuando cierras los ojos y te dejas mecer por la paz de espíritu...
Cómo sientes el viento rozar tu piel, bambolear la copa de los árboles y la
lluvia caer sobre tu pelo, bajo tus ojos.
A veces, cuando el abismo me visita y, después de hundirme en la ciénaga,
resurjo como esas gaviotas desafiando la ola brava, y aún tengo más ganas de
ese viento, esa mirada, esa sonrisa, esa lluvia, ese abrazo…, porque temo que
algún día el abismo me tragará para siempre.
PD. Organizando mi libreta de notas, he encontrado este pequeño texto de
aquellos días aciagos en mi vida. Y he creído conveniente publicarlo porque tal
vez alguna persona que entre en mi blog esté pasando por esa situación… Si es
así, decirle que igual que yo salí de aquel pozo, él también podrá.
1 comentario:
Quien más y quien menos tiene sus momentos de bajón, lo importante es repuntar y emprender de nuevo el vuelo.
Un abrazo.
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