viernes, julio 22, 2016

Bitácora V Time to say goodbye

Además de haber sido capaz con mi cabecita loca de desarrollar la teoría de la redondez de la tierra, me he dado cuenta que he tenido tiempo también para el desarrollo del teorema de la internacionalidad de las gaviotas…Ahí es ná.
Igual que las gaviotas suecas son de tamaño mediano, con un estilo y un donaire especial. Elegantes, de movimientos suaves que semejan a cisnes en vuelo por la exquisitez en sus desplazamientos y su graznido es sutil. Por el contrario, las gaviotas finlandesas son ruidosas y parlanchinas, alegres y bulliciosas, vamos, como si  tuvieran antepasados españoles. En tamaño, parecen helicópteros con inmensas alas negras, camicaces en su vuelo, juguetonas con cualquier persona que se las acerca.
Divertidas y bailarinas…Seguro, segurísimo que un tío abuelo fue español. En cambio,  las rusas ¡Qué lástima, qué pena, qué destrozo! Primero hay pocas, debieron de largarse con la implantación de comunismo y las que quedaron son raquíticas (mucha hambre han debido de pasar) y muy hurañas, hasta su graznido es triste. Y las gaviotas estonias son el jolgorio padre, deben estar empinando el codo a base de cervezas; están chifladas. Alegres y dicharacheras… ¿Qué, cómo os he dejado el cuerpo con esta disertación gaviotín?
Pero es tiempo para mirar, empañarte los sentidos de sensaciones que habitualmente no te das cuenta que están a tu lado dispuestas a que las descubras, pero cuando eres capaz de destapar lo que llevas dentro de ti, te sorprendes de tu capacidad para saborear hasta las minucias que a simple vista no se ven ni se tocan; solo se sienten.
Una vez depositados los borregos en el barco a nuestro libre albedrío, como os podéis imaginar, “la niña los peines” se retiró junto a su tía al campamento habitual de vicios varios, es decir la popa. Mi tía y yo nos dejamos llevar por un sol tierno que cada vez se hacía más mestizo por unas nubes sospechosas que se acercaban en el horizonte. Cerramos los ojos para sentir el gozo de no hacer nada, para intuir la algarabía en lenguas dispares que comentaban la visita a Helsinki. En un momento dado, me fui a la barra a por dos mojitos y mientras estaba esperando a que me sirvieran, se sentó a mi lado la mujer que os conté que tenía un pelo teñido por un enemigo, ¿lo recordáis? Me volvió a sonreír con una sonrisa solitaria, con la mirada tatuada de pena y me dijo “Una familia tuya bonita”, le di las gracias a la vez que yo le preguntaba si ella viajaba sola a lo que me respondió “Sí. Iba a viajar con mi hija pero murió el mes pasado” No dijo más. No dije nada, las palabras en ciertos momentos siempre me han sonado a fatuas; simplemente la apreté una de sus manos lo más fuerte que pude y me fui.
Tal vez esa situación inesperada me dispuso a vivir uno de los momentos más mágicos de mi vida.
A las cinco zarpaba el barco. Las nubes glotonas habían logrado asaltar el cielo y comenzaba a chispear y con ese leve chispeo la gente fue desapareciendo. Me puse el chubasquero pues empezaba a llover con rabia; solo en popa y al descubierto quedamos las gaviotas helicóptero  y yo. Entonces comenzó a deslizarse el barco con pasos casi imperceptibles, el agua se estrellaba tan fresca y alegre contra mi rostro. La chimenea del barco soltó un rugido en forma de adiós y por megafonía comenzó a sonar la canción de Il Divo, “Time to say goodbye”. Fue una sensación extraña, entre plenitud y libertad. Entre agradecimiento a la vida por ese instante y la sensación de la nada abrazándome en gris. Sí, nunca me había dado cuenta hasta qué punto los grises pueden ser tan hermosos, ni la lluvia tan gratificante. Seguía lloviendo mientras la bruma descendía en mi entorno.
Los islotes se iban difuminando entretanto mis sensaciones se iban tornando en místicas. Respiré lo más hondo que pude, abrí los ojos para tragarme aquel espectáculo cenizo  y en milésimas de segundo aparecieron en mi pensamiento todos mis seres queridos…, menos uno que vino en persona, formato gaviota, y se aposentó junto a mí en la barandilla. Quise pensar que era mi amiga Marian que desde el cielo había bajado para compartir ese instante conmigo. Y sí, lloré, lloré emocionada por ser capaz de sentir esa turbación tan honda…


Os dejo, mañana os cuento San Petesburgo. Acaba de llegar “mi Pepe” con kilos de tomates, aprovechando que ayer había comprado media tomatera. Haré gazpacho, haré ensalada, haré salsa, y cuando termine mis elaboraciones culinarias, los que me sobren se habrán pochado ¡Qué tomate de hombre!... “Pepeeee, ¿no había más tomates?”

1 comentario:

Pedro Luso de Carvalho dijo...

Maria Ángeles,
Gostei muito de sua postagem, com belas fotos
e com sua teoria sobre as gaivotas.
Desejo a você um ótimo domingo.

Abraço.
Pedro.