miércoles, julio 20, 2016

BITÁCORA 3,..Mojitos a babor y estribor

Mar, solo mar…
Zarpamos de Estocolmo a las seis de la mañana mientras todos mecíamos nuestros sueños en un dulce vaivén, pero los que madrugamos tuvimos la oportunidad de envolvernos en bruma mientras los ojos se iban fundiendo de grises y las sensaciones despertaban.
Encendí el piloto automático, ese que me funciona cuando yo no funciono, y no me sirvió de nada. Un mareo inexpresivo hacía que todo se moviera sin yo moverme. Cerré los ojos para solventar la borrachera sin alcohol de las ocho de la mañana cuando una voz tan llena de vida me dejó sorda “¡Buenos días, Angelines! ¿Te he contado que…?” El mareo era tan fuerte que no pude contestar a mi diminuta Ángeles que aprovechó mi inercia para desarrollar el tema de la caridad bien entendida. Mi interior gritaba “Cállate o te asesino”, pero ni se calló ni la maté. Por el contrario, la bastaron cinco minutos para contarme la teoría del carrito mientras el mareo se evaporaba y podía volver a centrar la vista en un punto sin que este me bailara una sardana. Nunca me había dado cuenta de lo deprisa que puede hablar el humanoide; a muchos nudos, qué caray “Es muy sencillo, Angelines. Si todos fuéramos con un carrito lleno de tuppers o botes con comida caliente todos los días repartiendo a la gente que se abandona en las calles y parques, no dejarían de ser pobres, pero sentirían la humanidad, de los que más tienen, que se preocupan por ellos y les haríamos un poquito felices. Desde que me jubilé lo hago y Bla, bla, bla…”Como esta teoría, a lo largo de ocho días me desarrolló todas las que pudo en el momento que me pescaba. Al final yo la besaba y la dejaba tirada en cualquier cubierta mientras ella seguía hablando con el primero que se parara a su lado. Salí huyendo de sus redes en el momento que fui persona a apoyarme en la barandilla y disfrutar de aquel paisaje que parecía emerger de un cuento. Multitud de islas en ambas orillas  pobladas de casas de madera pintadas en amarillo, blanco y marrón. Frondosos bosques de abetos las rodeaban y suaves caminejos retorcidos entre la naturaleza apabullante. A los pies de muchos de los islotes se podían ver pequeños embarcaderos con barcas y yates. De hecho, muchos suecos prefieren tener un barquito a un coche pues viven profundamente inmersos en la naturaleza que deja de estar helada hacia finales de abril hasta septiembre.
El lugar idóneo es popa pues la proa está acristalada y no te dejar ver con nitidez. En cambio en popa podías disfrutar en patinaje del barco, suavemente deslizándose por aquellas aguas antracitas de rumor manso, y las gaviotas siguiendo la estela. El graznido de éstas terminó siendo unas divertidas campanillas en mis oídos. Cada vez más gaviotas que revoloteaban alegremente o se posaban en las barandillas sin ninguna timidez. Muy blancas, de alas grises en sus esquinazos y muy negras en el centro, y un pico amarillo que coloraba entre tanta ceniza.
Hacia las once entramos en mar abierto, casi veinticuatro horas rodeados de agua, en las que me pude dar cuenta que el infinito puede llegar a ser curvo y de esa manera comprobar que la tierra es redonda. ¿Qué, qué os dice el cuerpo? Yo también desarrollo teorías.
En esas horas en que imperó el vacío terrestre, pude deleitarme de la languidez de dejarse llevar sin más fin que el descanso, la buena lectura y la charla reposada. A veces una chispeante lluvia nos visitaba, otras, el sol se filtraba discretamente entre las nubes, y nos besaba la piel con tanta suavidad que parecían unas manos recorriendo un cuerpo muy, muy despacio.

Intenté añadir a mi vida marítima alguna actividad y fui dos veces a clase de baile. En una me invitaron a que me largara porque despistaba mi ritmo carioco al resto de los compañeros y la segunda, me largue por la puerta de atrás. No sirvo para ser borrega, ni vaca ni oveja. ¿Para qué sirvo? Yo qué sé, pero si pienso ahora, no disfruto; las dos cosas a la vez no puedo hacer. Así que me he decantado por el mundo de las sensaciones, los mojitos y las piñas coladas mientras la música country agasaja a mi placer del  Il Dolce far niente.

1 comentario:

Antonio dijo...

Buen viaje lobos de mar...