Hoy le encontré en una foto. Lucía una perilla
cuidada de hebras de plata matizada de claroscuros. Miraba a la cámara
sonriendo, gesto que le achinaba sus ojillos. Su cara redonda, despejado su
cráneo de pelos inútiles, es un campo de brillos tostados por el sol de las
cuatro estaciones.
No había pensado decir nada de él porque hasta
ahora nada me dijo. Claro que había hablado con él, llevamos unos ocho meses de
relación, pero eso no quiere decir que le hubiera mirado con los ojos que se
deben utilizar cuando miras a alguien. Hoy, sin embargo, parado en una instantánea
he puesto ojos a mis letras para hablar de Basilio. De golpe y porrazo mi
ligazón con él se ha ido al garete; me alegro pues no me gusta estar con gente
que por circunstancias he de tratar a menudo y no vea qué hay detrás de ellas.
Esta mañana, sin embargo, he comenzado un nexo
unilateral con él distinto. Nada más mirar la foto sentado junto a una mujer
vestida de amarillo que tus ojos sin querer se desviaban a ese color luminoso,
algo dentro de mí tiraba hacia el otro extremo del retrato para que mirara al
hombre y automáticamente, sin darme cuenta, le he vuelto a ver detrás de unos
matorrales verdes, tan verde todo el entorno que hacía sombra para que el sol
indiscreto no se colara. Estaba sentado en una mesa de camping en serena
tertulia, jugueteando sus manos con un vaso de güisqui. Escuchaba, hablaba,
pensaba y estaba atento a todo lo que sucedía, incluso de unos hijos que por
allí revoloteaban. Sus ojos chocolate no perdían ripio, dos perfectos sabuesos.
Se levantaba, atendía a los recién llegados, y pasaba del hombre amigo al
hombre de negocios con la misma naturalidad que versatilidad. A veces le veía
acalorado de tanto trajín, pero no abandonaba esa faceta que combinamos entre
lúdica y laboriosa, al menos el empresario que se está jugando las habichuelas
de su familia cada minuto que pasa.
Detrás de esa instantánea, además, he visto un
hombre currante, currante de verdad, hecho a sí mismo y que sabe como son los
océanos empresariales de profundos, de intempestivos, revueltos, imprevisibles,
e incluso de poco fiables. Un hombre hormiga al “tantán” de su instinto, de sol
a sol, se abre camino cada día.
En esa mesa de camping playa, mientras un cubata
caía tras de otro, he disipado las nubes glotonas que no nos dejan ver, y, por
fin, he avistado a un hombre de maneras
sencillas, educadas y medidas que, por casualidades de la vida era mi editor,
ese que te mira viendo en ti una máquina registradora de generar dinero, así de
crudo, pero así de real. Un negocio es un negocio y has de tener la mente fría
para evaluar riesgos, y ganancias, ahí nada pintan los sentimientos. No sé lo que vio en mí, habría que preguntárselo
a él. Personalmente ahora veo un hombre que forma parte de mi paisaje y me
gusta mucho que esté ahí.
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