miércoles, junio 29, 2016

AYER TE VI

Ayer fue de esos días que sientes tanto que te duele el alma de tanto sentir. Un alma que ni se ve ni se toca, pero que sientes que está dentro de ti…
 
Ayer vi tu foto y me quedé largos minutos mirándote, adivinándote, descubriéndote. Tu estatus yacía en el suelo desconsolado. Tus ojos se dirigían a la cámara con calidez y esa verdad que escuece a tu herida.
 No sólo el tiempo ha hecho mella en ti. No, hay algo mucho más hondo que nos puede desfigurar a cualquiera de nosotros... El dolor.
Éste nos hace más humanos. Pone ojos al corazón, y razón al pensamiento.
Nuestra arrogancia se desarma ante el tormento desvistiéndose para mostrar la fragilidad de su ser, la humildad de su piel.
Ante la aflicción pasamos a rendir tributo a los cinco sentidos anquilosados, perdidos en la prepotencia vana, y nos transformamos, nos transformamos en seres humanos grandes, sensibles, humanitarios, en modestas personas.
Porque el dolor no conoce fronteras aunque se empecine en los débiles, con el tiempo todos caen. No hay señores ni esclavos, ni ricos ni pobres. El tiburón hiere a cualquiera.
Ayer, cuando vi tu foto, podíamos ser cualquiera de nosotros. Me di cuenta de tu herida, tan grande que te descoses por las costuras y que, sin embargo, ahora irradias una sencilla alegría. Aún sin vencer el dolor, le has vencido. Al fin te has hecho persona.
Una vez me contaron que cuando caes vuelves a tus orígenes, a recuperar tus sentidos porque cuando las cosas van bien con el tiempo muchos de nosotros se nos va borrando la pátina de ser persona. Te olvidas de tender una mano, de dar un gracias, de regalar sonrisas, de empatizar con los otros, de escuchar, del respeto, de la paciencia.  

Y volví mi mirada a otro paisaje igual de tremendo…
Ayer estuve con una mujer que está herida, tan herida que se descose por las costuras. Su valentía es grande, pero no suficiente para que el zarpazo sane; hay muchos hilos que vuelven a romperse en la maquina de su vida, y ahí la tenía delante de mí con la luz en sus ojos, a veces emocionados, otras, tristes, con su voz cargada de matices, sin rencores, fuerte sin suerte, una superviviente que  cada día coge aguja e hilo y cose sus desgarros el traje.
Mientras escuchaba a esa gran mujer que seguía emanando, a pesar de los años y de la vida perra, la virtud de ser persona,  se aproximó un vendedor ambulante y me tendió unos calcetines. Sus ojos, tan cargados de verdad, que se achicaron mis temporales de tonterías que no aportan.


Volví a casa sintiendo mis alas desplegadas, agradeciendo a quién sea por mostrarme otras verdades que me hacen abrir los brazos y las compuertas del corazón.

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