Qué me dice la vida que tú no sepas si a cada esquina me sale a
ver simulando un estímulo para los sentidos. No me deja margen para el asombro
porque, a continuación, me regala una y otra marismilla para que yo la cuente
mientras una hebrita de aire a la sal aligera mis alas.
La mar de fresquita, de azul, plata y verde, moja mis pies
mientras dos caballos bailan por bulerías en una playa de arena fina y sus
crines se agitan como manos trenzadas y libres. Si hasta el perrillo corre
entre las olas a por su pelota tan amarilla como ese sol que nace al despertar.
Y ese niño que tartamudea sus piececillos de ángel mientras su
cuerpo desnudo busca a la madre que se hunde en la espuma.
¡Ay esa brisa de son! que se agita porque ya viene el levante a
azuzar a tu piel inmaculada de invierno.
Y qué me dices de ese amor tardío cuya edad no corresponde sino,
más bien, de dos corazones como dos chiquillos de grandes, paseando al borde de
sus vidas, agarraditos de sus manos sembradas de ayeres y mirando a sus futuros.
Se divisan, se ojean con alegría, y el horizonte de la marisma les traga en un
beso furtivo
“Jocemanué, no te meta que tatizo”, la abuela chilla, qué chille
dice el cielo, y el nietecillo sordo de viento corre al agua de Cái. Ese Cái de
gatillos al sol, de malecón sureño y atardeceres sin infinitos.
Ay mi barquita atizada de olas blancas y aguas turquesas.
Balancea su cuerpo, acuna mis sueños y me fundo en ellas mientras la gaviota
despliega mis esperanzas.
Cae la tarde en la marisma, la isla se viste de cobre y oro, y
mis manos se abanican a un cielo que es de Camarón.
5 comentarios:
Entonces estás en la gloria bendita.
Y bien linda la contaste.
Besos.
Si yo soy el niño...me meto en el agua.
Ya.
Me parece que esos aires de isla te están sentando de maravilla.
Besos
Se me van los pies con el taconeo...
Besos.
Las abuelas siempre chillan. Es cosa de la edad.
Besos de Reina
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