No me gusta la gran
ciudad y sin embargo la otra noche me descubrí admirándola, sintiéndola desde
una esquina. Aparecía aplacada, más silente que otras veces, y exponiendo su
hermosura sin darse el pote de su camaleónico poderío. La presentí más humana,
brindándome ese otra cara que nunca veo, regalándome su anonimato como refugio
de la individualidad y, lo más grande, nada vi en ella de soledad, esa que
atrapa, machaca para finalmente destruirte en las fauces de un león.
Tan asombrada estaba
de esa otra perspectiva, que no dejaba de pensar que habían tenido que pasar
más de treinta años para descubrir un suave destello de esta ciudad que se me
atragantó desde el primer día. Ahora, apoyada mi espalda sobre un muro
cualquiera al lado de las puertas de un bar, fumaba tranquilamente mientras
escuchaba respirar a Madrid. La Castellana a mis pies me presentaba su ego apabullante
pero sin maltratar a los sentidos. La noche la hacía más estilizada, bella y
misteriosa. Por su firmamento de hormigón jugueteaban estrellas colgadas de
algunas ventanas, los coches rodaban sin prisa y aún te permitía escuchar los
pasos de otros que iba a encontrase con la noche del viernes mientras las risas
juveniles revoloteaban como palomas en su hábitat natural.
Pude regodearme, sin
apuros ni asfixias, hasta de mis propios pensamientos con una calma cosida en
mis ojos paseando por los edificios de Azca.
De pronto pensé si
era la noche quien había obrado ese ensimismamiento momentáneo, la admiración
repentina por alguien que nunca admiré y menos valorar como esfinge y musa de
artistas.
Entonces me fui a
deambular de la mano del otro Madrid por esas tinieblas artífices de
sensaciones inusuales en mi persona, y miré a las sombras de frente, sin
parpadear, profundizando en sus cavernas de malhechora y traicionera, de amante
perpetua y de las soledades más humillantes. Porque una noche te puede tragar
sin apenas haberte masticado, sacarte de tus entrañas los afectos más
vergonzosos, la soledad más criminal. Y, sin embargo, esta noche de paseo por
ese otro Madrid, encontré al crepúsculo nocturno como un felpudo acogedor, el
mejor anfitrión para ver las luces que no veo, para barruntar los cinco
sentidos que sufren inanición por falta de uso y rechazo por mi parte.
“Sí, Madrid”, me
escuché hablándole, “Nunca he sido justa contigo e incapaz de valorar tus
méritos. Soy tan de provincias, tan amante de la ciudad chiquita que todo lo
abrazas en un suspiro, remanso de paz y de bellezas sencillas en su
cotidianidad repetitiva que, a ti Madrid, no te soy capaz de ver, ni siquiera
cuando mañana despierte y recuerde esta noche de amor de amantes inesperados,
de un amor que va y viene pero que nunca anidará porque yo, sí, yo soy fiel a
mi ciudad chiquita a pesar que el anonimato no exista y otros vivan de
chismorreos de tu vida.
2 comentarios:
Me alegro de que hayas hecho ese descubrimiento,así la disfrutarás más.
A mi me pasó lo contrario a ti,desde el primer minuto sentí que esta ciudad me acogía.
Por supuesto había detalles que no me gustaban,pero el resto lo compensó con creces.
Todas las ciudades tienen sus defectos y virtudes.
Yo a esta le he encontrado desde que llegué muchas cosas buenas.
Ahora vivo en un sitio tranquilo y me gusta,pero muchas veces echo de menos la ciudad.
Besos.
Madrid gana mucho contigo.
Seguro.
Y Sevilla.
Y el mundo entero.
Besos.
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