El estar prejubilado o jubilado del todo tiene sus ventajas:
viajas en autobús como un marqués, sin apretujones y eligiendo el asiento. Yo,
esta mañana sin ir más lejos, me subí como una marquesa y me senté al lado de
una ventana para ver bien el discurrir diario de este Madrid caótico… ¡Lástima!
Mi pequeño placer se vio interrumpido por dos nucas que iban sentadas delante
de mí; no me pude reprimir mirarlas y observar que, aunque la vida envejece
demasiado rápido, hay quien lleva con armonía
y belleza esa edad que esfuma la juventud dejando demasiados estragos no
sólo en el espíritu sino, también, en el físico.
Una de las nucas pertenecía a un varón, Rubén, así se presentó a
la otra nuca, María. Calva brillante y morena, una. Pelo blanco y perfectamente
cortado, otra. La nuca de María era un bosque poblado de ceniza.
La nostalgia de la memoria pronto prendió en los dos ancianos.
Ambos se confesaron viudos, y la suerte que tuvieron al haber compartido más de
cincuenta años con sus respectivas parejas. Rubén vivió desde que se casó en el
barrio de la Concepción donde iban a parar todas las parejas de su época. María,
en Claudio Coello, casa heredada de sus padres y que ahora sus hijas se
empecinaban en que se marchara de allí por ser muy grande “¿Sabe lo que opino
de la actitud de mis hijas, Rubén? Se quieren quedar con la casa, en vez de
vivir en Getafe, pero a mí no me echan hasta que me muera” Rubén asentía a las
palabras de María “Yo vivo también en mi casa con una hija soltera, pero muchas
veces pienso que la estorbo, no porque me lo diga ella, es demasiado buena,
sino porque la corto las salidas, los viajes, por no dejarme solo y, ¡con lo a gusto
que estoy cuando me quedo solo!” María le cuenta que está encantada de vivir
sola porque hace y deshace lo que le da la gana aunque cuando llega la noche,
las paredes se ponen a hablarla y le dan demasiado respeto “¿Usted cree, Rubén,
que es normal que toda la casa se empecine en hablarme? Se me encoje el
estómago y cada día tengo más miedo” “Doña María, con los años crecen los
fantasmas. Yo vivo con mi hija y por la noche vienen a mi cama a darme la
tabarra… Son muy pesados”
Pasamos por la Puerta de Alcalá y a sus pies crece colorida la
primavera “Pues yo vengo de la casa del libro de comprar una novela, me gusta
leer mucho. No vea el dineral que me dejo en libros. Luego los que menos me han
gustado los llevo a la biblioteca del barrio porque los otros los releo…. Cómo
la memoria es tan frágil…” “Yo hago ganchillo ¡Qué cosas más bonitas hago,
Rubén! La pena que mis hijas, ya sabe cómo es la gente joven ahora, no lo
valora. Pero lo que de verdad me gusta es la zarzuela, me pirria” “¿Qué la
gusta la zarzuela? A mí me encanta. Ahora ponen Doña Francisquita… ¿Querría
usted regalarme el honor de acompañarme?” “¿De verdad, Rubén, que me llevaría?”
“Pues claro que sí, mujer… ¿Tiene usted, algo que hacer mañana” Porque
podríamos quedar en la cafetería Miami y luego acercarnos a por las entradas a
ver qué días hay?” “¿La cafetería Miami? Si ahí iba con mi marido…”
…Un despropósito, estaba llegando a mi parada y sentía pena
tener que abandonar a aquella pareja adorable de ancianos. Me levanté hacia la
puerta, y aún pude ver sus rostros carcomidos por el tiempo, pero lo que los
años no pudieron borrar de ellos fue la luz de sus ojos y la expresión de
adolescentes cuando están entusiasmados por algo.
Me pescaron mirándoles y, en vez de dirigirme una mirada
desaprobatoria, me regalaron una sonrisa…
5 comentarios:
Una bonita historia de primavera, porque la primavera es renacer y el encuentro de tus personajes tenía ese objetivo.
Besos
Te leo y me nace una sonrisa.
:)
Para ti también.
Besos.
Me dan ganas de que vayan a la zarzuela y luego a cenar y se hagan compañía y se lo pasen genial.
: )
Besos.
Vaya historia bonita Mª Ángeles, me has sacado la sonrisa que te regalaron ellos a ti. Me ha encantado. Un beso grande.
Veo que la que tiene, retiene. Me ha encantado, como siempre. Besos.
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