Esta mañana lo primero que he leído ha sido tu mensaje: parco, desvaído,
lacónico. Automáticamente esa sonrisa efervescente que me provoca tu persona
salió a la palestra acompañada de la ternura para atusar tus versos tristes,
ácidos, sin posible puerta abierta a un cielo misericordioso. Tus letras
son esa parte de ti que no deja títere con cabeza que, aunque desplegando la
más sublime armonía, reverberan la parte más oscura del ser humano y, sin
embargo, adoro tus palabras, tan lejanas a mi optimismo y confianza en la
redención del hombre. Las quiero porque he crecido en ellas, porque cualquiera
que ose emular a un poeta, un plumilla..., antes debería leerte y, después, seguir
por sus estrofas o, por sus renglones torcidos como es mi caso.
Tú escribes tan torcido y retorcido que, al leerte, tengo la sensación de
caminar por el horizonte más recto de mi vida y, mientras lo hago, en mi
tímpano gargajean tus consejos de perro viejo para que dé reposo a mis letras
atropelladas. Pero sabes que no puedo porque temo que se me escapen, y sean
pasto del olvido.
Sin embargo, soy experta en sacar lustre al recuerdo de tu figura de viejo
caballero sin sombrero, tan dandi como ninguno, y de modales de hombre pasados
de moda. Aún me siento en nuestra terraza y tú me retiras la silla para que yo
me siente. Esperas pacientemente a que me acomode para tú hacer lo mismo. Mi
cigarrillo no espera ni un segundo apagado pues tu encendedor aproxima la llama
más viva. Luego, delante del Martini de esas épocas que ya no se reinventan, me
sumerjo en tus ojos tan grises, de ese azul que ya no hay, y veo la mirada lacónica
y descreída, pícara y encendida desvistiendo a la mujer de curvas ajustadas y,
también, la ojeada más benevolente que se puede dar al ser humano. Tus ojos
bien merecen un poema, unas letras bien casadas, que canten los misterios más
profundos que guarda esa mirada de ayer.
Un año más te recuerdo ese pensamiento loco, loco, en el que repito que si
yo hubiera nacido en otros lustros bien sabes que te hubieras quedado con esa
chica de Valladolid que tanto odias por ser de provincias de caderas estrechas
y pechos desflorados. Sin embargo tu escepticismo y manía persecutoria a ese
tipo de mujer, yo te lo hubiera compensado con mi espíritu indómito de eterna
inconsciente… Más, me conformo, eternamente agradecida, por haberte encontrado
un día cualquiera de hace muchos años y que, desde entonces, camino al lado de
tus pasos.
¡Feliz cumpleaños, maestro!, eterno enamorado de la mujer imposible.
2 comentarios:
Precioso homenaje, Ángeles...Y muy merecido, por cierto.
Me ha gustado mucho, de verdad!!
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