Tengo una tía que quiere que escriba su vida. Cuando me lo dice, la miro
sin pestañear porque me gustaría hacerlo, sin embargo no puedo. Como no puedo
hacerlo tampoco sobre comunidades en las que habito muchos meses al año y dan
para escribir un culebrón si me lo propusiera, pero no puedo. Tal vez porque no
sea escritora y esto de encadenar palabras no sea más que un hobby, eso sí,
necesario para mi espíritu, pero un entretenimiento, no más. Mis ojos como los
oídos son el pulsímetro de las letras, y mientras ellos no enciendan la mecha
de la creatividad, mis dedos no pulsan el teclado.
El otro día un amigo osó preguntarme que había de verdad detrás de un
relato que había escrito; me quedé callada un instante reflexionando la
respuesta, porque es una persona inteligente y no le vale cualquier banalidad.
Al rato le miré, sonreí y le contesté que detrás de la cascada de palabras
siempre estoy yo, sin embargo, una cosa es el pensamiento, como puede ser lo
que ahora escribo y otra muy distinta, una historia. Sin duda, todas las
variantes nacen en la realidad porque sin la veracidad de algo, mis dedos no
saben funcionar. Unas se quedan ahí, en la verdad de un momento, mientras que
otras poco a poco van creciendo en la ficción para diluirse ambas y conformar
un buen maridaje camino de verdad y mentira.
No obstante, hay veces que quisiera pintar el sentimiento que me provoca
alguna situación en concreto, o si me apuras, una persona, pero no puedo, se me
encasquillan las palabras y se me quedan revueltas en el corazón hasta que tiro
la toalla y apagó desesperada el ordenador. Pasan días en que mis
articulaciones se estancan en el desierto, incapaces de avanzar. Otras, por el
contrario, estoy haciendo cualquier cosa y he de parar y anotar, perfilar
rápidamente una sensación para que no se me extravíe en la memoria.
Me supongo que escribir algo medianamente decente, o malo, es igual que
pintar un lienzo, hacer un guiso, planchar, diseñar…, crear un interior que
complazca al que lo realiza, y que sea capaz de dar a su creación, buena o
mala, un cuerpo y un alma para que puedan caminar por si sola, y provocar
sentimientos en aquel que pose sus ojos, su paladar, su sensibilidad…
Hoya ha amanecido un día de sol encubierto y sin querer os he pintado una
acuarela…
Hoy hace viento... Amaneció con el aire fresco cosido a la piel
del día y esa nube que vaticina que el estío se aleja.
Hoy arribó una luz lánguida de ésas que despiertan tarde y duermen
pronto.
Hoy
un torbellino de púas desvergonzadas correteaba por las calles levantando las
enaguas a las mozas, despeinando a los muchachos somnolientos.
Hoy
sopla un biruji para chaqueta fina y pañuelo al cuello; muy de señoritas de
provincia.
Hoy
la brisa ha llamado a los árboles para que desnudaran sus ramas y las hojas fueran
lluvia de alfombra.
Hoy...,
hoy algo ha comenzado a cambiar.
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