viernes, julio 04, 2014

TORMENTA

“Observo el mundo desde mi ventana/ y veo como se nubla la vista al cielo/ tornándose gris y melancólico,/ abstraída con la transformación del paisaje/ dejo mi escrito a un lado y abro el balcón…” Valeria  Valoska
Comíamos plácidamente cuando nos sorprendió una lluvia fina, fresca y agradecida; nada nos hacía sospechar lo que había detrás de esa engañifa, pero no tardó en dar la peor de las caras. De la dulzura a la cólera porque aquella agua era rabiosa que, en medio suspiro, paró y después, un escuadrón de pelotas blancas cayó buscando un campo de golf, tal vez una pista de tenis; el césped se pintó de blanco, igual que la nieve en un diciembre rancio.
La calma volvió, también engañada, pues el cielo se desplomó sobre nosotros. Cortinas infinitas de agua que corrían calle abajo, asustadas de sí mismas, embravecidas de su propia furia.
Del silencio campestre, de brisa suave, chicharras al caer la tarde, se pasó a una enorme orquesta de truenos y trombones, relámpagos, bombos y platillos… Tal vez la naturaleza quisiera dar voz al que no la tiene, quién sabe.
Y, así pasaron cuarenta y ochos horas, tan oscuras, como llorosas, tan insondables como reales.
Pero…  Salió el sol, tímido, dubitativo, temeroso de las nubes glotonas que aún sobrevolaban bajo un cielo zumbón.
A veces una nube juguetona se lo comía pero él, pertinaz, volvía a escapar de sus redes para iluminar con su luz de verano a la tierra molida de agua y granizo.
El verde se ensanchó, el amarillo resplandeció y las ranas croaron entre tanto destello. El rojo del geranio, tan borracho de agua, se estiró. La blanca petunia, titubeante de tanto perdigonazo, fue alisando su frágil cuerpo y el calor pobló aquellos rincones anegados de tanto caudal.
Sí, porque la nube voraz no dejó respiro, ni arco iris reflejar; era ella y nada más que ella. La uva murió en sus manos insistentes, el río, en su huida a ninguna parte, se desbordó pero, al final, el sol salió y pudo con aquel ejército nublado de ira.
El agua volvió a ser el cristal con el que me miro cada vez que despierta un día de sol en un verano loco, loco de atar.

Los pájaros han vuelto a anidar en las copas de mis árboles, cantan mientras pienso, cantan cuando amanece un nuevo día. 

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