viernes, julio 18, 2014

AZUL DESPLOMADO

No me gusta conducir y siempre se me ha dado bastante mal. Pero hay fechas en el calendario en las que no me queda más remedio que coger el volante y echarme al asfalto.
Recuerdo uno de los regalos que más me han gustado en mi vida, tal vez por inesperado como por su utilidad: un dos de agosto, Nuestra Señora de los Ángeles, mi marido me dijo “Vete al aparcamiento”… Y allí estaba un flamante cochecillo azul; brillaba por los cuatro costados, tan pulcro y disimulando sus pequeñas huellas de coche de segunda mano... Sentir ternura por un coche es absurdo, lo sé, pero yo la sentí, quizá fuera por el detallazo de mi marido que sabía que siempre estaba a expensas de unos y otros para moverme del campo a la ciudad, y me quiso regalar independencia o, la simple visión de aquel coche diminuto dispuesto a llevarme  al cielo si hacía falta.
Desde entonces, mis hijos aprendieron a conducir con él y de mayo a octubre es el mejor chofer del mundo. Tan pequeño y útil, parece que, cuando voy a comprar, que se estira y se hace enorme. Además, me gusta porque es un coche sin pretensiones, ni bonito ni feo, simplemente práctico que se amolda  a mis necesidades. Según mi familia, mi coche no sirve para nada, es más, le critican porque si pones el aire acondicionado, el pobre pierde velocidad; me da igual lo que digan porque mi cochecillo, de un azul desplomado por el tiempo, me regala muchos placeres cotidianos. No sólo la independencia y la libertad, es que al caer la tarde igual me puede llevar al chiringuito del pueblo, junto a la rivera del Pisuerga, que me lleva a las casas de mis amigas. Entonces, bajo las ventanillas y el aroma a campo es maravilloso. Él se pone en el carril derecho para no estorbar y vamos juntos saboreando la paz castellana, el colorido de los campos que son amarillos, que son verdes, que son alfombras pastoreando entorno a la ciudad. Mis ojos se zambullen en la luz entrecortada de la última hora de la tarde en la que el cielo se te acerca un poquito más después de un día caluroso, el horizonte también se va estirando ofreciéndote un espectáculo de mullidas frambuesas y azules desteñidos; si me retraso un poco y miro por las ventanillas, las estrellas se cuelan en mi humilde coche hasta la puerta de casa. Le aparco y allí se queda esperando a su ama hasta la próxima aventura.
En fin, pienso al contaros la historia de un utilitario color azul desplomado que, a veces, según tratemos ciertas cosas materiales, éstas cobran vida, belleza, para hacer de nuestras horas  más placenteras y hermosas.

¡Buen fin de semana, amigos!

1 comentario:

José Luis López Recio dijo...

Un coche con alma con el que has hecho la mejor de las amistades.
¡Feliz fin de semana!