¿Cuántas formas hay
de rezar? Tal vez tantas como seres humanos, ¿no? Porque cada persona tiene una
forma de expresarse, de sentir, de acercarse a ese Dios que se sostiene en la
fe de cada uno, porque creer es cuestión de algo tan íntimo y personal que es
muy difícil exponer para que los otros crean como tú y, tal vez, ese Dios
unipersonal se sostenga gracias a los gestos y obras humanas que engrandecen al
hombre… Anoche recé en medio de una película de crímenes mientras en la radio
entrevistaban a Simeone; difícil situación para concentrarse, pero no imposible
cuando el sentimiento es hondo. Me explico… Sonó el móvil y descolgué, la voz
de mi madre era tan apagada como de sin
vida; mi madre es una mujer dura, fría, tanto que la cuesta mostrar sus
sentimientos, por lo tanto, eso de llorar no va con ella. Sin embargo hubiera
jurado que estaba llorando. Su voz atrapada en el desconsuelo me contaba que su
amigo Carlos se había mareado y a los pocos minutos su corazón dejó de latir…
Carlos era un hombre amoroso, elegante, educado, amable, de charla entretenida
y con la acidez del descreimiento por tanto vivido. Ambos se sentaban juntos
cada mañana, cada tarde. Refunfuñaban de la comida que les daban y que no les
gustaba, de los hijos pero sobre todo de los nietos. Y así pasaban los días,
las horas en la residencia de ancianos en la que vivían y donde cuanto más
pasaba el tiempo, más añoraban su hogar.
Cuando Mamá me lo
contó entre silencios y palabras cortadas, recordé el rostro de Carlos y las
sonrisas que le robaba cada día al ir a ver a mi madre; es más, el recuerdo de
su sonrisa se puso en el mismo plano que la pena de mi madre y la plegaria que
lancé al aire ahumado de mi cocina. La voz de Simeone se mezclaba con las voces
de la película, con el tintinear triste de Mamá y aquel extraño rezo mío hasta
que presentí un ángel revolotear a mí alrededor. No me preguntéis un porqué,
pero sentí una vez más en mi vida que existen los ángeles… El ver, sentir y
apreciar que la muerte crece entorno tuyo es desgarrador porque nunca se está
preparado para ella, porque aunque maldigamos muchas veces a la vida, nos
aferramos a ella como gato “panza arriba”, y mi madre no es ninguna excepción;
junto a aquellas palabras torpes que me lanzaba a través del teléfono, sentí su
miedo, su soledad, su pena, tanta, que me hubiera gustado abrazarla como ella
me abrazaba cuando era yo pequeña y trataba de aislarme de los miedos, pero
ante la ausencia del abrazo volví a presentir mis rezos para que estos
acercaran uno y mil abrazos a una madre desconsolada y temerosa.
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