martes, noviembre 27, 2007

ÁNGELES EN EL PARAÍSO

Ángeles tiene unos ojos curiosos, todo le llama la atención. Su mirada es limpia, ingenua y hasta infantil. Su piel es blanca, seda surcada de arrugas que marcan los años de sus vivencias. La sonrisa emerge distraída, regalándome un soplo de humanidad.
Se agarra a la mano de Ricardo, su compañero desde hace cincuenta y dos años, teme perderse entre tantos rostros extraños.
-Ángeles, ¿quiere beber algo?
-¿Eso oscuro con burbujas, qué es?
-Es Coca-Cola.
-Quiero probarlo.
-Ángeles, la señorita se llama como tú.
-¿Tengo yo un nombre tan bonito, Ricardo?
Ricardo pasa su mano gastada por el rostro de su esposa con tanta ternura que me estremece. Al unísono me van contando que tienen cuatro hijos, once nietos y que, precisamente, es uno de sus nietos quien les lleva las cuentas bancarias, las inversiones…
-Ricardo es muy confiado. No conocemos de nada a ese chico, pero él se ha encariñado mucho con el chiquillo. A veces, Ángeles, Ricardo me deja sola con él y es muy pesado. Me lleva insistentemente a pasear al Retiro a ver a los patos, ¡cómo si tuviera edad para hacer esas cosas!... Ah, y me lee cuentos. Dice el muy mentiroso que los he escrito yo. Ricardo no quiero volver a ver a ese chaval.
-Ángeles, pero si es nuestro nieto mayor y te recuerdo que los cuentos los escribiste tú. Eres escritora…
-No es nada nuestro, Ricardo. Tiene los ojos azules y nosotros los tenemos… ¿De qué color son nuestros ojos, Ricardo?... ¿De verdad escribo yo esas cosas tan hermosas?
No ceso de sonreírles, me sale de muy dentro; ya no estoy acostumbrada a ver tanto amor en tan poco espacio de tiempo y, sin querer, me abstraigo de lo que me rodea y pienso en mi marido y si seremos capaces de remontar el tiempo, que todo lo deteriora, y caminar juntos como Ángeles y Ricardo…

Estoy hablando con otros clientes cuando noto que me rozan en la espalda. Me vuelvo y veo a Ángeles.
-Nos vamos… ¿Seguro que no eres mi nieta? Es que dice Ricardo que tengo Alzheimer y se me olvidan las cosas y tú, me recuerdas tanto a mí…
La beso en sus mejillas mullidas, la estrecho en mis brazos y siento cómo si en ese momento tocara un poquito el cielo. Mi trabajo me ha devuelto la humanidad perdida, esa sensibilidad que a veces se me escapa por los agujeros del corazón.

7 comentarios:

Unknown dijo...

Maria Angeles que historia mas bella y mas bien escrita...

se me ha despertado el corazón un poquito mas...

1beso

FERNANDO SANCHEZ POSTIGO dijo...

Una historia bella y real. Me ha encantado. Me gusta tu blog. Un beso

Carlota dijo...

Guapísima: es que lo leo, y me digo: ay, me hubiera gustado escribir esta historia...pero escribirla así, como tú lo has hecho. Mis abuelos, ya fallecidos, se demostraron su amor hasta el último momento. Simplemente una mirada, y había tanto amor...envidiable. Un abrazo.

PIER dijo...

Maria.. no se porque.. pero me dio ganas de llorar.. tengo los ojos aguaditos.. que historia mas tierna. y tan llena de detalles..

Si.. creo que lo más hermoso es poder envejecer al lado de ese ser querido, y seguir demostrando tanto amor y cariño..

abrazos..

Francisco Méndez S. dijo...

Que bella historia. Porqué no escucharemos y observaremos a nuestro mayores
Saludos

Anónimo dijo...

Una preciosidad, es una pena que nos llame la atencion algo que deberia ser casi normal

primaveraenelsur dijo...

Me encanta como escribes, me emocionas, me enterneces....Gracias. Un beso