lunes, junio 11, 2007

AL FINAL DEL DÍA

"Se observa que, en esta España de mayoría católica, es raro que en alguna publicación de colorines te salga con seriedad la palabra Dios, o religión, o fe, o ciertos valores que entonan el alma. Lo que hoy abundan en las televisiones, y en las revistas de actualidad, es la brujería, la adivinanza, la magia, la consulta al futurólogo, el tarot, la sexóloga, el especialista en parejas, que no en matrimonio ni familia. Pero lo que es Dios, la Iglesia católica, la espiritualidad, los sacerdotes, los especialistas en temas de familia y educación, etc., brillan por su ausencia…"Mónica Fernández-Aceytuno

… Cada tarde, a la caída del sol, cuando el día recoge su cosecha y muchos despojos, yo arrastro mis huesos rumbo a casa. La vista, a esas horas, está nublada por el cansancio, algún éxito perdido y un montón de fracasos vestidos de incredulidad. Pero, a pesar de eso, recobrar mi libertad, desplumarme de unas cadenas que se adosan a mi ser ocho horas diarias, me sume en una profunda felicidad.

Aspiro el olor del asfalto como si estuviera oliendo a hinojo y romero. Mis alas se despliegan como la cola de un pavo real. Sí, las ojeras me pisan los talones, mis dedos están manchados de tinta y mi rimel surca a su libre albedrío en torno a mis ojos. Siento que el sudor se pegó a la ropa y que mi corazón lleva prendida alguna herida más para mi colección particular pero, a pesar de eso, soy feliz.

Me siento en la parada del autobús a ver brillar los últimos rayos; presiento como si el día se me escapó sin haberlo sentido a mi vera, si apenas haberlo acariciado pero, a pesar de eso, soy feliz.

Veo a la gente delirar sus pasos con la quietud de la faena terminada, con el polvo pegado a sus almas; me veo en ellas y me pregunto si ellos, también, esperarán la última brisa del día para aliviar su carga.
Levanto la vista y el bus aún no llega, pero noto la proximidad de la luna que despierta entre los calores recién nacidos de la gran ciudad.
Letreros con miles de bombillas de colores bailan en mi alrededor…, quizá, la fiesta comience ahora para algunos, pienso, mientras en la lejanía oteo el animal de cuatro ruedas que se acerca tan cansado como yo. De pronto, siento ternura por un autobús, ¡dios mío!, me estoy volviendo majara, aunque vuelvo el papel al trasluz y, tal vez, esa ternura es indicativo de que, en algún rincón de mi cuerpo, aún sigue viva la elasticidad de una piedad sin patria; por eso, también, me hace sentir feliz.

Al fin, subo, pico mi billete y levanto el rostro. Aquello no es un autobús sino un cementerio de cuerpos atrapados en un armazón de hojalata. Sin embargo, mi desolación repara en una viejecilla de pelo tan plata como la espuma del agua al precipitarse en la catarata. Sus ojos, inmensamente azules, me parece que sonríen al aire que les circunda. Va acompañada de una mujer latina, raza que en esta gran ciudad abunda casi, tanto, como la europea. Su rostro es la nostalgia andando entre las sombras; siento pena por ella. Sin darme cuenta, se me escapa una mueca de afecto que le dedico; ella mueve con gratitud la cabeza. No han hecho falta palabras para transmitirnos nuestras ausencias.
Bajo y, según voy cruzando el semáforo, un aroma inconfundible me hace un guiño invitándome a hacer una parada y, si hace falta, a descargar mi alma… Entro y el único que habla a borbotones es el silencio. Me saluda y me dice que me acomode. Dejo las bolsas en el suelo y una hoja de lechuga cae rota como un pétalo. Cierro los ojos y siento de repente la palma de su mano acariciar mi cabello mientras la fragancia del incienso calma mi agotamiento. Entonces, sin saber por qué comienzan a rodar mis penas mojadas en lágrimas y Él, con la dulzura de un cirio derritiendo la cera, ampara mis pesares.
Escucha mis latidos tartamudos y, cuando todo vuelve a su raíz, percibo como sus labios se posan en mi frente infundiéndome el calor que perdí.
Recojo mis chismes y, antes de abrir la puerta, me vuelvo la cabeza y digo: ¡Gracias, Dios mío!

Ya es de noche, las calles van dejando que la soledad las adormezca y yo, respirando el vaho del asfalto como si fuera albahaca, siento que soy feliz.

1 comentario:

CATI COBAS dijo...

Precioso el texto. Es uno de los mejores que tenés. cati