Las ventanas poseen un mágico imán
para mí. Es asomarme a ellas y sentir que mis ojos despliegan sus alas
paseándose por las nubes, los edificios, mojándose de lluvia, niebla o de perpetuos
amaneceres…
Era una mañana soleada de grados
templados y cielos rasos. La espera se me hacía incisiva a pesar de estar
rodeada de soñadores como yo aguardando el turno de una cita que no llegaba. En
un momento indeterminado sentí que a mis pulmones no les llegaba el oxigeno
necesario y pedí una ventana, una soledad, un silencio. Me depositaron en un
despacho al abrigo de la calma y volví a encontrarme, aunque tuve que salir
corriendo tras mis ojos pues se escapaban por una ventana. Nada más sujetar a
ese par de ladrones de sensaciones supe el porqué de su fuga. La ventana era
chiquita con un par de plantas en su poyata. Algunas hojas estaban secas de
hielo, los fríos atrasados las mataron. Las quité con cuidado y emergió la
belleza simple sin florituras ni ornamentos, la sencillez estampaba su riqueza.
Entonces volví a sentir la fuga de mis ojos que volaban lejos a la lontananza
de una sierra nevada en sus picos para regresar y depositarse como dos
pajarillos en un tejado.
¿Por qué me parecen tan románticos y
evocadores los tejados, techumbre de secretos inconfesables, bóvedas de amores
clandestinos? Tejas gastadas de edificios llamados viejos y alturas bajas, de
vertientes a dos aguas que en esas horas amainaban sus fríos pasados a un sol
alegre de finales de enero.
Tejados de tejas de colores gualdos,
rubios, pajizos, ambarinos y dorados. Una amalgama en la que mis ojos se mecían
en el sosiego de una hora incierta hasta encaramarse en la barandilla de una
balconada, un mirador de trastos abandonados pero aún así de vivo clamor por la
vida. Una bicicleta colgada de su pared desconchada, una maleta mal cerrada, un
minúsculo ventanuco entreabierto flagelando de airecillo sus raídas cortinillas.
La colada tendida de un hombre pulcro sin duda por los elementos encajados de
mayor a menor tamaño en pinzas de madera. Dos espontáneos geranios de rojo reventón
ponían la nota colorista a aquella naturaleza muerta como si de un cuadro de
Agustín Arrieta se tratara. Un perfecto bodegón de nubes, tejados y la vida de
un balcón, morada de un hombre sin conocer.
Se abrió la puerta, ya era mi turno. De
mis ojos colgaban esa belleza cotidiana que nunca miramos.
8 comentarios:
Me encanta el cuadro que nos has pintado, has abierto nuevas ventanas a nuestro alrededor...Necesitamos la luz y la belleza para que respire el alma y sobrevuele la realidad, amiga...Precioso.
Mi abrazo y mi cariño.
Los tejados son, como tu dices, románticos y evocadores. Siempre pensamos que vidas se cobijan bajo ellos, qué alegrías, qué tristezas, qué secretos inconfesables han podido conocer....
Besos
Precioso!! Saludos!!
Espectacular Mª Ángeles. A mi los tejados también me producen romanticismo, verlos en su conjunto uno al ladito del otro provocan una gran belleza. Me ha encantado. Un fuerte abrazo y buen fin de semana.
Bueno quizás por vivir en Madrid diríase que soy gata, y los tejados me encantan desde mi niñez, que habiendo tejados bajos en casa de mi madre, me subía allí a pintar ¡¡¡ Anda que no había sitios mejores pero!!!
Me ha gustado tu entrada, no había venido antes a tu casa a leerte, ahora te visitare muchas veces… con tu permiso. Un beso.
Me encantan las ventanas y los tejados igual que a ti. Me sugieren historias evocadoras, y cuando veo desde fuera las ventanas cerradas de las casas vacías, siempre pienso que son testigos mudos del paso del tiempo, que si pudieran hablar nos contarían miles de historias de sus moradores.
Con la magia de tus letras, me has hecho vivir un cúmulo de preciosas sensaciones.
¡Gracias!
Estoy empezando a ver toro cielo gracias a ti. Yo pensaba que sólo veía nubes de nieve.
Besos de Reina
Ventanas chismosas descubriendo mucha vida.Fantástco panorama!!
Besos.
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