Me he despertado
y en mi rutina diaria de leer las cabeceras de los periódicos, entrelíneas me
he encontrado con la voz de Candela aún rezumando vigor y convencimiento en sus
palabras, en sus ideas cocinadas a fuego lento, tesón y multitud de
sacrificios.
Me gusta
dibujarla en mi pensamiento, la visualizo de pe a pa desde aquel verano en que
éramos dos crías y nuestros caminos se entrelazaron; sus rasgos ya imprimían
carácter. No bebía ni fumaba, el riesgo de la juventud le daba vértigo con lo
cual todos sus pasos se inclinaban a la mesura. Se puede decir que encajaba con
los cánones de chica bien de la época, con sus vestidos de domingo y uniforme
inmaculado los días de diario. Su amor de juventud se convirtió en el amor de
su vida. Mala estudiante, al final se decantó por unos mínimos estudios de
secretariado para cubrir el expediente y que sus padres no pudieran decir nada.
Su deporte favorito el Sky en donde de verdad sentía la libertad deslizándose
por las cumbres nevadas.
Casó muy joven y
pronto comenzó a tener hijos. Entre medias y, como ayuda familiar, compaginaba
trabajo y familia, pero su marido trabajaba fuera con lo cual se fue alejando
del terreno laboral para sumergirse de lleno en un mundo ingrato, poco
reconocido y para nada valorado: el de esposa y madre. Y ahí comenzó a emerger
la Candela de hoy. Se enfrentó a una soledad impuesta, a la crianza de hijos
díscolos, a las finanzas de un hogar en las que a veces llegaba el dinero y
otras, menos. El día se pasaba echando números “Quito de aquí, pongo de allá…”,
así hasta el cierre del mes. Y los viernes, como si la semana hubiera sido una
balsa, se preparaba a recibir a su marido, hombre que llegaba cansado de
batallar con unos y con otros, de soledades frías y oscuras en la habitación de
un hotel día tras día. Llegó un tiempo que al llegar el viernes casi desconocía
a sus hijos y esposa, mientras Candela educaba, fregaba, sumaba y restaba.
De niña bien de
una época que fue a la mujer batalladora e invisible en la realidad de una
sociedad donde comenzaba el boom de la
tropa de mujeres con carreras universitarias accediendo al mundo laboral tanto
público como privado. Y ahí estaba Candela cada día tirando de su carro
personal e indivisible.
Se levanta de
amanecida pues suele dormir mal. Desayuna mientras ve el telediario. Si hay
plancha, mientras cantan las noticias, ella plancha, cose, recoge, cocina…
Después, se enfunda unos vaqueros, cepilla su melena, se maquilla lo justo y
sale corriendo. Se ha convertido en una ejecutiva avispada en los negocios de
sus padres. Seria, firme pero con cintura. Desde hace cuatro años ha hecho un máster
humano. Sabe quien va de frente y quién no. Con quien puede ser más tajante y
con quien puede dejar la puerta abierta.
Es muy celosa de
su intimidad. De pocos amigos pero leales. Aquel que se la juega, ella cierra
las puertas para siempre.
Para Candela las
horas del día son pocas, pero está donde se la necesita. Apenas tiene cincuenta
y tres años; parece una cría, pero es abuela de tres churumbeles. Igual cierra
un negocio que cambia pañales, o camina a toda mecha con su marido para hacer
deporte y echar miedos fuera. Fuma y se toma sus vinos. En su vocabulario no
existe la frase “No puedo”, ella puede aunque a veces piense que desfallecerá
de un momento a otro. Sonríe tímidamente, ríe a carcajadas entre los suyos.
Habla de los divino y lo humano. El diálogo es su constante, “Nada dentro, todo
fuera”, hablando se entiende la gente, despeja dudas, aclara posiciones.
Candela es el
prototipo de mujer coraje, moderna, que mira a la vida sin amedrentarse en los
problemas que cada día surgen. Su mochila pesa, pesa mucho, como la de
infinidad de mujeres que pasan por el mundo sin ser visualizadas, y me dan
rabia pues son el estandarte de la sociedad sin que esta se dé cuenta que existen
tantas Candelas.
3 comentarios:
Me encanta esa mujer.
BEsos.
Para lo único que no les queda tiempo es para darse la importancia que tienen.
Me gusta esa historia de Candela. Candela es combustión y la combustión lleva a la energía que mueve al mundo. ¿Qué sería de este mundo sin las candelas que lo mueven?
Abrazos
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