Además de haber sido capaz con mi cabecita loca de
desarrollar la teoría de la redondez de la tierra, me he dado cuenta que he
tenido tiempo también para el desarrollo del teorema de la internacionalidad de
las gaviotas…Ahí es ná.
Igual que las gaviotas suecas son de tamaño
mediano, con un estilo y un donaire especial. Elegantes, de movimientos suaves
que semejan a cisnes en vuelo por la exquisitez en sus desplazamientos y su
graznido es sutil. Por el contrario, las gaviotas finlandesas son ruidosas y
parlanchinas, alegres y bulliciosas, vamos, como si tuvieran antepasados españoles. En tamaño,
parecen helicópteros con inmensas alas negras, camicaces en su vuelo,
juguetonas con cualquier persona que se las acerca.
Divertidas y
bailarinas…Seguro, segurísimo que un tío abuelo fue español. En cambio, las rusas ¡Qué lástima, qué pena, qué
destrozo! Primero hay pocas, debieron de largarse con la implantación de
comunismo y las que quedaron son raquíticas (mucha hambre han debido de pasar)
y muy hurañas, hasta su graznido es triste. Y las gaviotas estonias son el
jolgorio padre, deben estar empinando el codo a base de cervezas; están
chifladas. Alegres y dicharacheras… ¿Qué, cómo os he dejado el cuerpo con esta
disertación gaviotín?
Pero es tiempo para mirar, empañarte los sentidos
de sensaciones que habitualmente no te das cuenta que están a tu lado
dispuestas a que las descubras, pero cuando eres capaz de destapar lo que
llevas dentro de ti, te sorprendes de tu capacidad para saborear hasta las
minucias que a simple vista no se ven ni se tocan; solo se sienten.
Una vez depositados los borregos en el barco a
nuestro libre albedrío, como os podéis imaginar, “la niña los peines” se retiró
junto a su tía al campamento habitual de vicios varios, es decir la popa. Mi
tía y yo nos dejamos llevar por un sol tierno que cada vez se hacía más mestizo
por unas nubes sospechosas que se acercaban en el horizonte. Cerramos los ojos
para sentir el gozo de no hacer nada, para intuir la algarabía en lenguas
dispares que comentaban la visita a Helsinki. En un momento dado, me fui a la
barra a por dos mojitos y mientras estaba esperando a que me sirvieran, se
sentó a mi lado la mujer que os conté que tenía un pelo teñido por un enemigo,
¿lo recordáis? Me volvió a sonreír con una sonrisa solitaria, con la mirada
tatuada de pena y me dijo “Una familia tuya bonita”, le di las gracias a la vez
que yo le preguntaba si ella viajaba sola a lo que me respondió “Sí. Iba a
viajar con mi hija pero murió el mes pasado” No dijo más. No dije nada, las
palabras en ciertos momentos siempre me han sonado a fatuas; simplemente la
apreté una de sus manos lo más fuerte que pude y me fui.
Tal vez esa situación inesperada me dispuso a
vivir uno de los momentos más mágicos de mi vida.
A las cinco zarpaba el barco. Las nubes glotonas
habían logrado asaltar el cielo y comenzaba a chispear y con ese leve chispeo
la gente fue desapareciendo. Me puse el chubasquero pues empezaba a llover con
rabia; solo en popa y al descubierto quedamos las gaviotas helicóptero y yo. Entonces comenzó a deslizarse el barco
con pasos casi imperceptibles, el agua se estrellaba tan fresca y alegre contra
mi rostro. La chimenea del barco soltó un rugido en forma de adiós y por
megafonía comenzó a sonar la canción de Il Divo, “Time to say goodbye”. Fue una
sensación extraña, entre plenitud y libertad. Entre agradecimiento a la vida
por ese instante y la sensación de la nada abrazándome en gris. Sí, nunca me
había dado cuenta hasta qué punto los grises pueden ser tan hermosos, ni la
lluvia tan gratificante. Seguía lloviendo mientras la bruma descendía en mi
entorno.
Los islotes se iban difuminando entretanto mis sensaciones se iban
tornando en místicas. Respiré lo más hondo que pude, abrí los ojos para
tragarme aquel espectáculo cenizo y en
milésimas de segundo aparecieron en mi pensamiento todos mis seres queridos…,
menos uno que vino en persona, formato gaviota, y se aposentó junto a mí en la
barandilla. Quise pensar que era mi amiga Marian que desde el cielo había
bajado para compartir ese instante conmigo. Y sí, lloré, lloré emocionada por
ser capaz de sentir esa turbación tan honda…
Os dejo, mañana os cuento San Petesburgo. Acaba de llegar “mi Pepe” con kilos de
tomates, aprovechando que ayer había comprado media tomatera. Haré gazpacho,
haré ensalada, haré salsa, y cuando termine mis elaboraciones culinarias, los
que me sobren se habrán pochado ¡Qué tomate de hombre!... “Pepeeee, ¿no había
más tomates?”
1 comentario:
Maria Ángeles,
Gostei muito de sua postagem, com belas fotos
e com sua teoria sobre as gaivotas.
Desejo a você um ótimo domingo.
Abraço.
Pedro.
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