Mar, solo mar…
Zarpamos de
Estocolmo a las seis de la mañana mientras todos mecíamos nuestros sueños en un
dulce vaivén, pero los que madrugamos tuvimos la oportunidad de envolvernos en
bruma mientras los ojos se iban fundiendo de grises y las sensaciones
despertaban.
Encendí el piloto
automático, ese que me funciona cuando yo no funciono, y no me sirvió de nada.
Un mareo inexpresivo hacía que todo se moviera sin yo moverme. Cerré los ojos
para solventar la borrachera sin alcohol de las ocho de la mañana cuando una
voz tan llena de vida me dejó sorda “¡Buenos días, Angelines! ¿Te he contado
que…?” El mareo era tan fuerte que no pude contestar a mi diminuta Ángeles que
aprovechó mi inercia para desarrollar el tema de la caridad bien entendida. Mi
interior gritaba “Cállate o te asesino”, pero ni se calló ni la maté. Por el
contrario, la bastaron cinco minutos para contarme la teoría del carrito
mientras el mareo se evaporaba y podía volver a centrar la vista en un punto
sin que este me bailara una sardana. Nunca me había dado cuenta de lo deprisa
que puede hablar el humanoide; a muchos nudos, qué caray “Es muy sencillo,
Angelines. Si todos fuéramos con un carrito lleno de tuppers o botes con comida
caliente todos los días repartiendo a la gente que se abandona en las calles y
parques, no dejarían de ser pobres, pero sentirían la humanidad, de los que más
tienen, que se preocupan por ellos y les haríamos un poquito felices. Desde que
me jubilé lo hago y Bla, bla, bla…”Como esta teoría, a lo largo de ocho días me
desarrolló todas las que pudo en el momento que me pescaba. Al final yo la
besaba y la dejaba tirada en cualquier cubierta mientras ella seguía hablando
con el primero que se parara a su lado. Salí huyendo de sus redes en el momento
que fui persona a apoyarme en la barandilla y disfrutar de aquel paisaje que
parecía emerger de un cuento. Multitud de islas en ambas orillas pobladas de casas de madera pintadas en
amarillo, blanco y marrón. Frondosos bosques de abetos las rodeaban y suaves
caminejos retorcidos entre la naturaleza apabullante. A los pies de muchos de
los islotes se podían ver pequeños embarcaderos con barcas y yates. De hecho,
muchos suecos prefieren tener un barquito a un coche pues viven profundamente
inmersos en la naturaleza que deja de estar helada hacia finales de abril hasta
septiembre.
El lugar idóneo
es popa pues la proa está acristalada y no te dejar ver con nitidez. En cambio
en popa podías disfrutar en patinaje del barco, suavemente deslizándose por
aquellas aguas antracitas de rumor manso, y las gaviotas siguiendo la estela.
El graznido de éstas terminó siendo unas divertidas campanillas en mis oídos.
Cada vez más gaviotas que revoloteaban alegremente o se posaban en las
barandillas sin ninguna timidez. Muy blancas, de alas grises en sus esquinazos y muy negras en el centro, y un pico
amarillo que coloraba entre tanta ceniza.
Hacia las once
entramos en mar abierto, casi veinticuatro horas rodeados de agua, en las que
me pude dar cuenta que el infinito puede llegar a ser curvo y de esa manera
comprobar que la tierra es redonda. ¿Qué, qué os dice el cuerpo? Yo también
desarrollo teorías.
En esas horas en
que imperó el vacío terrestre, pude deleitarme de la languidez de dejarse
llevar sin más fin que el descanso, la buena lectura y la charla reposada. A
veces una chispeante lluvia nos visitaba, otras, el sol se filtraba
discretamente entre las nubes, y nos besaba la piel con tanta suavidad que
parecían unas manos recorriendo un cuerpo muy, muy despacio.
Intenté añadir a
mi vida marítima alguna actividad y fui dos veces a clase de baile. En una me
invitaron a que me largara porque despistaba mi ritmo carioco al resto de los
compañeros y la segunda, me largue por la puerta de atrás. No sirvo para ser
borrega, ni vaca ni oveja. ¿Para qué sirvo? Yo qué sé, pero si pienso ahora, no
disfruto; las dos cosas a la vez no puedo hacer. Así que me he decantado por el
mundo de las sensaciones, los mojitos y las piñas coladas mientras la música
country agasaja a mi placer del Il Dolce
far niente.
1 comentario:
Buen viaje lobos de mar...
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