El tiempo va
cambiando lentamente al igual que nuestras vidas. En tierras castellanas la
temperatura ha bajado a mínimos. Cuando el cielo nos regala un rayo de sol, nos
exponemos como caracoles a regarnos de un calor que se esfuma de nuestros
cuerpos, y cuando la noche nos envuelve, desaparecemos de las calles. Y es
precisamente en ese momento cuando una ciudad de provincias muestra una de sus
facetas más bellas… El silencio, la mesura, la paz. Tus pisadas tintinean por
los adoquines desiertos, de tu boca se escapa el vaho del olvido, y tu ánimo se
abre a nuevas coyunturas, a un disfrute ocasional.
Imagínate la
plaza mayor de tu pueblo, de tu ciudad chiquita, desiertas, reposadas, anidadas
de una luz tenue mientras la sombra de la noche susurra soledad… La mía tiene
soportales que, cuando la lluvia arrecia, te camuflas en su abrigo. Arcos
perfectos que sostienen fachadas maquilladas de riguroso bermejo. Al frente, la
portada armoniosa del consistorio municipal, de piedra blanca iluminada a veces
para la ocasión de turno en colores excéntricos simulando una bandera, el
castillo abrumado de niebla meona, o del color malva de mi ciudad y, en su
cúspide, el reloj que marca horas
imprecisas en nuestro transcurrir diario. Pero escuchar su hora en el mutismo
de la noche, despierta tus sentidos de voyeur ocasional. Entonces, esos ojos
fisgones aterrizan en la realidad de una plaza mayor de tu pueblo, de tu ciudad
chiquita, abandonada de todo artificio para que la disfrutes y tomes el otro
pulso de habitáculos pequeños donde tus huesos nacieron o te llevaron allí las
circunstancias, esas de las que nos adornamos los humanos.
A mí me
trasplantaron de mi ciudad chiquita a la urbe mundana y bulliciosa , cuando
vuelvo y contemplo esta plaza tan mayor como añeja, donde la historia de mi
ciudad va y viene desde hace siglos, presiento que la vida vuelve a mí
abriéndose las compuertas de sensibilidades adormecidas por el caos de esas ciudades
que nunca duermen. Sin embargo, Valladolid, corte de reyes antaño, hogaño sigue
reinando en aquellos que deseamos el placer del disfrute en el reposo de la
lentitud de sus horas.
6 comentarios:
Aquí no ha llegado el frío aún.... incluso es posible que no llegue en todo el invierno.
Cada vez son más benévolos los inviernos de aquí.
Te sienta bien Valladolid.
Besos.
Me encantó estar en la plaza con vos, querida Ángeles...Un abrazo.
Que bien has descrito la belleza de esa ciudad pequeña y entrañable.
Pura poesía para los sentidos.
Un abrazo
Perfecta descripción que sitúa al lector en el lugar, como si lo llevases de tu mano experta.
Besos en una noche extraña.
Que alegría verte por mi blog. El Facebook me privó de amigos maravillosos como tú. Nos vemos virtualmente y seguro que algún día en persona. Un abrazo grande y tipo pozo, hondo y profundo.
José Luis
Por cierto al leerte rehice mi texto porque estaba muy mal redactado
Publicar un comentario