domingo, octubre 11, 2015

OTOÑO

En la urbanización donde vivo en Madrid hay un pequeño parquecillo redondo. Lo cuida un jardinero rumano muy trabajador y de gusto exquisito; más de una vez le he pillado hablando con las flores. No sé lo que decía pero con solo mirar la expresión de su rostro, entendía que eran palabras amorosas a la naturaleza.
El parquecillo en cuestión posee cuatro bancos que cuando se va el barniz de la madera, el jardinero los devuelve su esplendor. Está rodeado de nueve árboles no excesivamente altos, aunque sí muy frondosos. Ocho son de cuerpo esbelto, y uno es rechoncho como un hombre gordito, sin embargo es el más bello pues cuando termina su cuerpo rollizo y barrigudo,  extiende tres brazos igual de regordetes hacia el cielo y de ellos penden millones de hojas.
Es un espacio multiuso, igual se celebra un cumpleaños infantil que partidos de petanca, o en tardes de primavera bajo sus sombras te sientas a leer. En el medio del parque hay una farola que esparce al anochecer una luz amarillenta.
Esta mañana cuando bajé con al perro, la niebla estaba enganchada en los árboles, apenas se veían los bancos y me senté en uno de ellos que está justo debajo del árbol regordete; un par de ramas caían lánguidas hacia el suelo y con ellas se desplomaba un trozo de niebla que parecía algodón. Comenzó a caer un sirimiri pero, como la copa del árbol es muy ancha, se convertía en paraguas, aunque de las dos ramas descolgadas cambiaron las volutas de niebla por agua cristalina y fresca, y sus hojas verdes brillaron frente a la niebla. Cuando me fui del parquecillo salía transportada, como si hubiera estado en una irrealidad.
Ha caído la noche, no hay niebla ni lluvia. Vuelvo a bajar al perro al parquecillo. Su suelo no es terroso como el de la mañana, sino alfombrado de hojas amarillas. El único requiebro en el silencio es el vaivén de las hojas acunándose unas a las otras. La luz amarillenta de la farola invita a sentarte; me he sentado y he encendido un cigarrillo abstrayéndome en el placer simple cuando, de pronto, he oído un ruido y el vuelto la cabeza. Un gato se ha subido al banco e ignorándome se ha sentado. El perro lo ha visto, se han mirado y, sin inmutarse mi perrillo, se ha subido al banco también y se ha sentado.

“Lástima de no tener el móvil para hacernos un selfie” He pensado mientras me encendía otro cigarrillo y comenzaba a llover.

No hay comentarios: