Desde el tren veo marchar el día con noble desdén del que
sabe que volverá.
El campo se hace sombra, y el horizonte lineal y rojizo.
El paisaje se duerme sin miedos; ayer, antes de ayer y el
otro, lo azotó un temporal, pero ahora el clima ha vuelto a ser leve serenidad
en un paisaje adormecido, ha vuelto a su ser, y la dulzura de la primavera se
aposenta en la tierra que unas manos ásperas cuidan con afán.
Mi tren va veloz, ha de llegar puntual. Transporta
demasiados rostros cansados con sed de hogar y paz. Traslada agotamiento,
compañerismo, las últimas llamadas de trabajo, una fugaz mirada a las últimas
noticia del Ipad…
Me he puesto a leer y cuando he vuelto a mirar hacia la
ventana, una oscuridad azulada con piquitos de luz desplomados sobre el campo
era el regalo de estas ventanas mágicas que sólo las puedes encontrar en los
trenes.
Avisan, ya llegamos a casa. Descendemos despacio, los
compañeros se despiden con un “Hasta mañana, ánimo, ya será viernes” y cierran
el saludo con enormes carcajadas agitando sus manos como palomas mensajeras.
Arrastro la maleta notando como el Ave Fénix, a mis
espaldas, se despide de mí hasta la próxima semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario