De nuevo azul, de cálida brisa, de norte y cobalto. Ayer fundido
en abierta bravura chocando sus labios con la costa da Morte. Otrora, de mar en
calma, de rizados bucles al llegar a tu orilla. Playas desiertas de arena
blanca y conchas de peregrino. Dos osados bañistas se funde en la arista
esmeralda mientras rayos de sol, escapados de un cielo azul con nube
deshilachada de algodón, imprimen a la mar un espejo de plata que ciega a mis
ojos que se nutren de azul interminable.
El camino fondea un acantilado entre hortensias, aliagas y dunas
y, según desciendes, primero tocas cielo antes de perder tus pies en esa arena
que según la pisas hundes tus talones. Después, la brisa seduce a tu piel y
aparece la gaviota sombría revoloteando en esa ribera de agua salada. Un suave
cosquilleo se balancea entre mis dedos mientras mi ser se va mezclando entre el
rumor de la ola y el silencio de mar abierto. Como siempre, cierro los ojos
para atrapar mis memorias de agua, son y salitre, tal vez acaparan la sal de mi
equilibrio, mientras la hora baja la mar para que me adentre mientras la espuma
se aleja.
Abro los ojos y veo mi sombra extendida, alargada, sobre arena
rubia de tanta agua en la que se empapan mis deseos. Despliego mis brazos y me
siento gaviota, esa gaviota que vuela a ras de sentimientos y emociones
mientras mis pies se llevan la ola que abraza mi libertad.
Unas risas de cabriola me aterrizan en la espuma. No la vi llegar y me baño de
turquesa y blanco mientras mis amigos huyen del donaire que produce un susto
inesperado. El mar se ha vuelto niño y juega al zigzag con sus intrusos. Yo, me
dejo seducir, ya vendrá el calor de la abrigada lumbre entre la roca y ese sol
de tarde de mayo.
Pero antes de alejar mis pasos de aquel lugar de duendes y
meigas aún veo ponerse el sol entre el horizonte y un mar más cobalto que
nunca.
Ya no soy sino salitre al son de una alga con alas de gaviota.
1 comentario:
Permíteme una maldad: lo de la gaviota es un fallo subliminal, supongo, jaja...
Publicar un comentario